Esta es la historia de una niña que nació para hacer algo grande. Ella lo sabía, sus padres lo sabían, el médico que le palmeó el trasero para que llorara por primera vez lo sabía, hasta su perro parecía saberlo.

Como todo el mundo se había dado cuenta de ello, creció en medio de una expectación abrumadora. La gente que la rodeaba esperaba y observaba, atentos a una señal que les dijera qué gran destino la esperaba. Recibió los cuidados dignos de una niña débil y enferma en su cuna, por miedo a que se lastimase el don futuro. Susurros, algodones y polvos de talco. Sus grandes ojos azules examinaban este mundo extraño que contenía la respiración a su alrededor, tratando de aprehender toda la realidad con cada mirada.

Su madre, primeriza, tejía jerseys junto a la cuna soñando futuros. Las agujas bailaban entre sus manos mientras la veía dormir, mirar, comer, llorar y sonreír como quien admira La Capilla Sixtina desde el suelo marmóleo. Tan pequeña entre sus sábanas, tan frágil. ¿Para qué gran destino la estaría protegiendo? Cada tarde imaginaba uno distinto, a veces gloriosos, a veces morales, a veces imposibles, siempre lejanos. A veces se veía rodeada de riquezas, madre de una gran empresaria. Otras, acompañándola a recoger premios, su hija una importante investigadora, o artista, o actriz. En ocasiones, la imaginaba como el origen de la paz internacional.


Tardó en hablar más de lo normal, y de hecho nunca fue de las charlatanas. Nadie le apremió a hacerlo, quién sabe si no era parte de su destino. Les oía susurrar tras la puerta, pero no hablaban demasiado delante de ella para no influenciarla, con lo que el mundo de las palabras nunca pareció importante. Y ella miraba el mundo en su silencio absorto. "Es que es muy observadora", decía su madre. "Lo analiza todo, puede que vaya a ser una gran investigadora", decía su abuela.

Los años pasaron en silencio, mientras todos aguardaban una señal. Como quien espera que el cielo se torne negro en un eclipse, como el primer amanecer en la playa, como un nudo en el estómago de la realidad.

No fue una alumna destacada, aunque no fuese de las que suspendía. Simplemente mediocre. "Tampoco lo fue Einstein", decía su padre, y nadie preguntó nada más. Ella examinaba el mundo desde sus enormes ojos, y éste le devolvía una mirada inquisidora. Todo el mundo sabía que le esperaba algo grande, incluso ella lo sabía, pero en su interior, bien dentro de esa silenciosa concha, no tenía ni idea de lo que era, y esto la asustaba. Sentía una expectación que no sabía si lograría cumplir, crecía entre algodones e interrogantes, pero nadie se acercaba lo suficiente como para aconsejarla, nadie le ayudaba a caminar en ninguna dirección. Estaba perdida.

Su madre, sentada en el sofá del salón, imaginaba futuros cada vez más inciertos, las agujas del reloj bailaban entre sus dedos mientras trataba leer futuro en cada gesto de su hija. La vida pasó en la espera infinita, en la quietud de quien aguarda sin andar que el mundo camine por ella.

Y esperó esa señal, todos lo hicieron, hasta que el vacío de su interior explotó en silencio una tarde de verano. Su madre tejía mantas y quimeras en el mismo sofá, pero ahora le temblaban más las manos. Laura levantó la vista y la miró con unos ojos que no eran suyos, y supo que había llegado el momento. Vio el cambio con nitidez cuando Laura se acercó con paso firme, sin bajar la mirada. Esperó, olvidándose de respirar, la gran revelación. Era el momento aguardado, las agujas morían entre sus dedos.

Laura le puso la mano en el hombro y dijo "Me voy, mamá.". Nunca fue de las charlatanas. Y se fue.

Su madre ahora imagina presentes brillantes entre colchas de lana. Las agujas traquetean inseguras entre los dedos mientras ella maquina vidas maravillosas desde el asiento. Laura estaba destinada a hacer algo grande, ella lo sabía, el mundo lo sabía, hasta el perro, ya viejo y cansado, lo había sabido.
 
Y Laura, contra todo pronóstico, realmente hizo algo grande. Salió de esa casa, del silencio expectante, y se construyó a sí misma sin pasado ni palabras. Caminó cien caminos y se equivocó en ochenta, rompió vasos incontables y se olvidó de mil citas. Corrió huyendo de la luna alguna noche de locos, se bañó de sol entre montañas completamente desnuda un día de verano. Dañó sin querer y quiso doliendo. Aprendió a navegar con las velas abiertas incluso cuando el viento no soplaba o amenazaba tormenta. Adoptó unos gatitos y algunos principios, sabiendo que en unos años todos habrían muerto. Llevaba siempre la sonrisa desnuda sin temor a que cogiera frío, y nunca miró hacia atrás. La mayoría de las veces no sabía donde la llevaban sus pasos, pero sabía que eran sólo suyos. Se cortó las canas cuando iban saliendo y se tiñó las lágrimas cuando las escondía.

Laura vivió siendo ella misma, sin más, sin conocer la mentira, sin tapujos ni tabúes. Entre sus manos bailaban las agujas tejiendo presentes porque Laura había olvidado que se podían vestir futuros. Quién sabe, quizá hasta el perro hubiese sabido lo grande que puede ser vivir siendo fiel a uno mismo.

2 susurros:

Un bello alegato en pro del crecimiento personal, de nuestra capacidad para superar las expectativas de quienes nos rodean blandiendo una bandera propia que vamos tejiendo con los retales de nuestras vivencias, como si de un sencillo ejercicio de patchwork se tratase... cuyo resultado es siempre único. Y hermoso.

Un discurso delicado a la hora de analizar la manera en que quienes nos quieren tienden en ocasiones a sobreprotegernos, como si fuésemos un cristal de Bohemia que no deben arriesgarse a tocar por si se quiebra.

Una crítica sutil, o al menos así la percibo, al egoísmo de quienes pensando que velan por nuestros intereses tratan de construir nuestro futuro en base a sus propios valores, sin pararse a pensar -por un momento- que éstos sólo constituyen un punto de partida para cada uno de nosotros: algo contra lo que rebelarnos, algo que reformular para poder integrarlos -llegado el momento- en nuestra propia identidad.

Un canto a la libertad de SER. Una forma de hacer explícita la importancia de errar, pensar, actuar, soñar, doler, ganar... vivir.

No me gusta, Estela. Me encanta.

Gracias. Un beso enorme.

Uf, Abril, eres genial! no sé si me gusta más el post o el comentario jejeje.

Un besazo!!

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