A veces los nombres no son necesarios. Él podía llamarse Aquiles por unas horas, el mentón cuadrado y esas proporciones ciclópeas de héroe mitológico. Ella simplemente se llamaba Camarera. Nada como una barra como para hacerte irresistible.

Ella tenía el alma rayada porque algún cabrón la había arañado con las llaves al pasar, y demasiadas noches entre alcohol sin beberlo. Ese viernes había empezado a servirse chupitos un par de horas antes, matizando las lágrimas con vodka negro y cubreojeras. Sonreía silencios a los habituales y escondía cada parte de su ser para que no se manchase. La música parecía mejor esa noche, incluso tenía la impresión de que por alguna extraña razón el bar no olía mal hoy, a humo y humanidad, a falsas risas cubriendo vidas vacías, al desagüe de los días que se siguen sin más. Hoy olía a lima, a posibilidades, a preguntas. Olía a imprecisión infinita dejando puertas abiertas. A mojito entre bastidores, a reencuentro de amigos, sexo en el baño.

Aquiles simplemente estaba de paso, un turista más en el Madrid de agosto. Sólo sabía un par de frases en español, así que no puedo contarte cómo estaba su alma. El vocabulario no dio para tanto. Sólo puedo decir que cuando entró por la puerta a la camarera le dieron ganas de aplaudir como si acabase de terminar una gran obra de teatro. Se puso de pie y limpió la barra como un acto reflejo, sin darse cuenta, o quizá sí, de la maravillosa vista de su escote en pleno baile de seducción, que Aquiles disfrutó casi en primicia.

Y sobraron las palabras, los nombres. Son sólo letras para ocultar el resto. Hablamos para tapar las mentiras que nuestro cuerpo contaría si no lo hicieramos. Así que puede que esa noche fuese la relación más sincera en kilómetros a la redonda.

No puedo decir que el alma de la camarera estuviese menos rayada tras aquella noche de sexo en un balcón, Madrid testigo de pasión sin palabras. Ni siquiera puedo decir que Aquiles aprendiese español en esas horas. Quizá el mundo no mejoró, la música siguió demasiado alta, en el bar nunca olió a lima, y al amanecer la vida de toda esa gente que gritaba para hacer oir sus absurdas palabras de relleno volvió a ser aburrida y real. Quizá una vida aburrida y real con resaca y ojos de gamba. Y más palabras danzando al sol, rellenando minutos, corriendo hacia el futuro sin saber adónde van, simplemente corriendo para llegar antes.

Quizá ni Aquiles ni camarera fueron más felices, pero yo no puedo evitar pensar que en cierta forma se sintieron un poco más libres. No puedo evitar creerlo cuando los recuerdo sonriéndose en silencio a ambos lados de una barra de bar, llenando los momentos con gestos repletos de significado, creando bromas silentes que sólo ellos entendieron, comiéndose con la mirada, comunicándose con las hormonas. No puedo evitar pensar que lo fueron, y no puedo evitar sonreír cuando les veo de nuevo en mi mente saliendo juntos por la puerta. El gigante rubio salido de una epopeya, cada rasgo cincelado con la perfección de un diestro, y esa cara de no enterarse de casi nada en este país de locos y ruido. La camarera casi medio metro por debajo, bella incluso fuera de la barra en su silencio elegido, el sueño de los habituales habitantes de ese bar cumpliéndose ante sus ojos entre las manos de un extraño. Una mano de Aquiles deslizándose hacia abajo por la espalda hasta donde no llegan las miradas, la puerta se abre con una bocanada de aire, respiran, se ríen, se van.

A veces los nombres sobran. A veces el silencio es el mejor traje para los labios, y a veces la luz del sol no se carga una noche llena de mentiras en un bar. A veces vale la pena quien habita la barra, ver más allá de la alambrada, dejarse ver. Algunas noches son de verdad y nunca sabes cuál será la elegida, así que quizá haya que vivirlas casi todas y no correr hacia el final. Brindo por ello.


Llevo tanto tiempo haciéndome pequeña para no molestar a nadie, susurrando las palabras endulzadas, escondiendo las razones, caminando de puntillas, rodeando escollos, tapándome el sol, tanto tiempo desapareciéndome ante otros ojos para no resaltar, pintándome de monocromo, poniéndome detrás en la foto, borrándome la luz... Tanto tiempo creyendo crecer al hacerme pequeña que me lo terminé creyendo.

Acabé empequeñeciendo por dentro, comprimida entre paredes de gris normalidad, mirando hacia arriba, saltando para ver por encima de la barra, tapando heridas con parches mediocres, soñando posibles, decolorándome el alma, olvidándome. Tuvo que venir un recuerdo a recordarme que me acuerde de ser yo. Me queda pequeña esta sombra, quiero volver a mirar de frente, sacudir las alas y vestir el ángel.

Limpiando cristales me hallarás para dejar salir la luz que alguien vio hace años. Sacando brillo a las sonrisas de verdad, cambiando sábanas de soledad. Lo siento, ahora no puedo llevar tus pesos en mi espalda, me toca ser egoísta para poder caminar un poco más rápido. Descalza entre sueños, desnuda entre mentiras, no pienso correr ni dar explicaciones. No puedo llevarle las maletas a todo el mundo y no paro de intentarlo. Hoy no quiero llevar ni mi bolso. Por fin creo que estreno impermeable, me resbalará todo lo que no es importante. ¿Quieres verme? Asómate tú, que me cansé de enseñarte.

¿Cuándo perdimos de vista lo breve de esta estancia? ¿Cuándo nos empeñamos en complicar lo sencillo para darle sal a la vida? ¿Es que de verdad pensamos que lo difícil es más divertido? ¿No sería genial a veces simplemente ser? ¿Cuándo decidiste que sabes que la vida puede esperar a que estés listo? ¿Y cuándo decidió el mundo dejar de luchar y echarse en el sofá? Me cansa el conformismo, la idea de que otro lo arreglará todo, y ese otro que no llega. Creo que me hacen falta batallas y causas, puede que sienta que este mundo no merece más de lo que tiene si no conseguimos hacer absolutamente nada juntos.

Aún no sé cuál es mi sitio pero no voy a parar a esperarlo, puede que para llenar el vacío sólo me haga falta yo. Yo y todo aquello que de verdad merezca la pena. El resto, son sobras, y no me quiero parar a mirarlas porque al final se te pegan a los pies.

De puntillas, creyendo posibles sonrisas para poder caminar desnuda. Asómate, sería genial esperar lo que no llega juntos. Puede que sólo merezca la pena querer. Puede que el resto sólo sean quimeras para entretener una vida en la que perder el tiempo es un lujo absurdo.

Creo que ya es hora de seguir, y quien quiera que siga.

Era muy tarde para andar sola por el centro de Madrid. La acera estaba tapizada de otoño. Siempre le han sentado bien los ocres a la ciudad, le resaltan la vida. Cada respiración marcada por una nube de vaho reiteraba la cercanía del invierno, deseoso de matar las hojas con su escarcha. El invierno siempre tan lleno de muerte.

Quizá fuese muy tarde para sentarse sola en el centro de Madrid, pero buscó un banco de piedra en el bulevar, uno que estuviera libre, uno con vistas al cielo negro entre las ramas. Varios habitantes sin derechos dormitaban entre cajas, invisibles. Una lágrima más escapó mientras se sentaba. No podía recordar su voz, ni a qué olía cuando la abrazaba al despertar, sólo tenía imágenes difusas, ráfagas de recuerdos, momentos concretos que escapaban al instante. No podía aferrarse a ninguna sensación, y esos recuerdos estériles sin alma eran peor que nada. Eran señales de olvido. Pasaban los años y cada vez era más difícil verle.

"Remember me and smile", Robert Smith cantando su nota de despedida una y otra vez en su cabeza. Es mejor olvidar a recordar llorando. Pero ella estaba haciendo trampas. Es imposible no llorar cuando la esencia de una persona se te escapa entre los años. En invierno se le acumulan las muertes y no puede recordar más que vestigios. No quería ir a casa a enfrentarse a las velas que señalan sus días de duelo, a presentar el informe de la vida que lleva, "otro año sin ti y esto es lo que he hecho", haciendo balances para justificarse ante ausencias, estando a la altura de quien sobrevive a muchos y ha de vivir lo que otros no pueden.

"Con la vida que has tenido es un milagro que no estés loca", de repente su voz resonando en su silencio. Ángel siempre le decía eso, y al parecer resultó saber demasiado bien lo que decía. "No creo en los milagros" contestaba ella siempre orgullosa. Comían palomitas entre las sábanas con alguna película en la pequeña tele, odiaba despertarse y encontrar trocitos blancos clavados en la piel. "Pues al parecer ellos creen en ti". Él la abrazaba y olía a galleta. Ella le decía que con ese aroma daban ganas de mojarle en leche. Y Ángel se reía, escandaloso, con los labios tan finos y tan rojos, los dientes demasiado blancos, el cuello lleno de pecas y esa barba inexistente.

Así sin más, Ángel la inundó, las sensaciones volviendo como cuando de repente te acuerdas de esa palabra que lleva todo el día escapándose. Quizá una persona son los detalles, esas cosas que le hacen real. Olía a galleta y la veía brillar con una luz que nadie intuía, ella que escondía las alas bajo capas de silencio y normalidad. Él no se cansaba de hablarla de eso, y ella nunca se lo creía demasiado. Se escapaban cada invierno en tren a ver la nieve haciendo novillos, y esa huída les sabía a triunfo. Tenía las manos siempre frías y algo ásperas, y una risa exagerada que llamaba la atención en los autobuses y el metro. El pelo negro, cardado o despeinado, y ese silencio que lo llenaba todo cuando le daba por escuchar o tenía un mal día, mirando la vida desde unos ojos oscuros como quien vigila un depredador. La sonrisa cuando sentenciaba sin opción a réplica. Las manías cuando comía, apartando cachitos, diseccionando filetes y menestras igual que diseccionaba el mundo. Y si tienes luz tienes luz. Innegable y aplastante. La música, siempre la música, endulzando sus heridas mientras las lamían mutuamente. Intercambiaban libros de poesía y recuerdos como quién juega a los cromos, y se les repetían tantos pasados que parecía un cuento. Tantos sueños, tantos planes, y un secreto para saltar. Ella la reina de la culpa, llenando los vacíos con mentiras para sobrevivir a la ausencia. Olía a galleta. Puede que ella oliese a nata, no lo sé, él nunca se lo dijo.

Quizá era muy tarde para sonreír sentada en un banco del centro de Madrid. La ciudad fingía dormir a su alrededor, las prisas olvidadas entre el sueño, el Prado oscuro como un mueble antiguo. A veces es más fácil seguir cuando recuerdas que cuando olvidas. Encajas las piezas y te cuadra la sonrisa. Dejó de preguntarse si la luz seguiría ahí, si la perdió en el camino mientras trataba de no volverse loca, si aprobaría su vida de quiebros y desmanes. A veces encontraba el equilibrio en su caos, había aprendido a perdonarse, había desterrado la mentira, y al menos había elegido caminar. De repente era fácil recordar queriendo sin que doliese. De repente era más fácil perdonarle por abandonar sus planes, por dejarla sola como un animal herido. Al final Ángel había tenido razón en algunas cosas, y en el resto, quizá no tuvo tiempo a tener razones.

Se levantó y siguió caminando hacia el coche. Había velas que poner. El otoño olía a galleta a su alrededor, o quizá eran sus recuerdos. Era ya tarde para caminar sola cantando entre susurros.

Remember me and smile, 'cause it's better to forget than to remember me and cry.

Esta es la historia de una niña que nació para hacer algo grande. Ella lo sabía, sus padres lo sabían, el médico que le palmeó el trasero para que llorara por primera vez lo sabía, hasta su perro parecía saberlo.

Como todo el mundo se había dado cuenta de ello, creció en medio de una expectación abrumadora. La gente que la rodeaba esperaba y observaba, atentos a una señal que les dijera qué gran destino la esperaba. Recibió los cuidados dignos de una niña débil y enferma en su cuna, por miedo a que se lastimase el don futuro. Susurros, algodones y polvos de talco. Sus grandes ojos azules examinaban este mundo extraño que contenía la respiración a su alrededor, tratando de aprehender toda la realidad con cada mirada.

Su madre, primeriza, tejía jerseys junto a la cuna soñando futuros. Las agujas bailaban entre sus manos mientras la veía dormir, mirar, comer, llorar y sonreír como quien admira La Capilla Sixtina desde el suelo marmóleo. Tan pequeña entre sus sábanas, tan frágil. ¿Para qué gran destino la estaría protegiendo? Cada tarde imaginaba uno distinto, a veces gloriosos, a veces morales, a veces imposibles, siempre lejanos. A veces se veía rodeada de riquezas, madre de una gran empresaria. Otras, acompañándola a recoger premios, su hija una importante investigadora, o artista, o actriz. En ocasiones, la imaginaba como el origen de la paz internacional.


Tardó en hablar más de lo normal, y de hecho nunca fue de las charlatanas. Nadie le apremió a hacerlo, quién sabe si no era parte de su destino. Les oía susurrar tras la puerta, pero no hablaban demasiado delante de ella para no influenciarla, con lo que el mundo de las palabras nunca pareció importante. Y ella miraba el mundo en su silencio absorto. "Es que es muy observadora", decía su madre. "Lo analiza todo, puede que vaya a ser una gran investigadora", decía su abuela.

Los años pasaron en silencio, mientras todos aguardaban una señal. Como quien espera que el cielo se torne negro en un eclipse, como el primer amanecer en la playa, como un nudo en el estómago de la realidad.

No fue una alumna destacada, aunque no fuese de las que suspendía. Simplemente mediocre. "Tampoco lo fue Einstein", decía su padre, y nadie preguntó nada más. Ella examinaba el mundo desde sus enormes ojos, y éste le devolvía una mirada inquisidora. Todo el mundo sabía que le esperaba algo grande, incluso ella lo sabía, pero en su interior, bien dentro de esa silenciosa concha, no tenía ni idea de lo que era, y esto la asustaba. Sentía una expectación que no sabía si lograría cumplir, crecía entre algodones e interrogantes, pero nadie se acercaba lo suficiente como para aconsejarla, nadie le ayudaba a caminar en ninguna dirección. Estaba perdida.

Su madre, sentada en el sofá del salón, imaginaba futuros cada vez más inciertos, las agujas del reloj bailaban entre sus dedos mientras trataba leer futuro en cada gesto de su hija. La vida pasó en la espera infinita, en la quietud de quien aguarda sin andar que el mundo camine por ella.

Y esperó esa señal, todos lo hicieron, hasta que el vacío de su interior explotó en silencio una tarde de verano. Su madre tejía mantas y quimeras en el mismo sofá, pero ahora le temblaban más las manos. Laura levantó la vista y la miró con unos ojos que no eran suyos, y supo que había llegado el momento. Vio el cambio con nitidez cuando Laura se acercó con paso firme, sin bajar la mirada. Esperó, olvidándose de respirar, la gran revelación. Era el momento aguardado, las agujas morían entre sus dedos.

Laura le puso la mano en el hombro y dijo "Me voy, mamá.". Nunca fue de las charlatanas. Y se fue.

Su madre ahora imagina presentes brillantes entre colchas de lana. Las agujas traquetean inseguras entre los dedos mientras ella maquina vidas maravillosas desde el asiento. Laura estaba destinada a hacer algo grande, ella lo sabía, el mundo lo sabía, hasta el perro, ya viejo y cansado, lo había sabido.
 
Y Laura, contra todo pronóstico, realmente hizo algo grande. Salió de esa casa, del silencio expectante, y se construyó a sí misma sin pasado ni palabras. Caminó cien caminos y se equivocó en ochenta, rompió vasos incontables y se olvidó de mil citas. Corrió huyendo de la luna alguna noche de locos, se bañó de sol entre montañas completamente desnuda un día de verano. Dañó sin querer y quiso doliendo. Aprendió a navegar con las velas abiertas incluso cuando el viento no soplaba o amenazaba tormenta. Adoptó unos gatitos y algunos principios, sabiendo que en unos años todos habrían muerto. Llevaba siempre la sonrisa desnuda sin temor a que cogiera frío, y nunca miró hacia atrás. La mayoría de las veces no sabía donde la llevaban sus pasos, pero sabía que eran sólo suyos. Se cortó las canas cuando iban saliendo y se tiñó las lágrimas cuando las escondía.

Laura vivió siendo ella misma, sin más, sin conocer la mentira, sin tapujos ni tabúes. Entre sus manos bailaban las agujas tejiendo presentes porque Laura había olvidado que se podían vestir futuros. Quién sabe, quizá hasta el perro hubiese sabido lo grande que puede ser vivir siendo fiel a uno mismo.

Una noche más Paula es conducida a la cama por una madre de piel macilenta y ojeras interminables que casi ya no reconocía como aquella que le leía cuentos para dormir. Palabras de cariño susurradas casi furtivamente, una sonrisa huidiza que parece de plástico y un beso suave en la frente antes de atraparla entre las mantas y escapar de la habitación como un fantasma, arrastrando las zapatillas por la moqueta. Una última mirada a contraluz, colmada de amor y tristeza, desde la puerta antes de cerrar.

- ¡No cierres mamá!
- Sí, Paula, papá y mamá quieren ver la tele y te va a molestar el ruido.
Las palabras lanzadas como un ataque, rápido y definitivo, con tono de regañina impaciente. Son gritos disfrazados de consejo. Paula lo sabe, pero no puede evitar insistir cuando el hilo de luz se va haciendo más fino.
- Pero me da miedo... por favor... un poco sólo... hasta que me duerma...

- No, Paula, ya tienes casi 6 años, estas cosas son de bebés. La persiana está subida y te entrará luz de la calle. Que descanses.

Y desaparece junto con el rectángulo de luz de la puerta y toda esperanza de que se quedase con ella un rato más. La luz de las farolas se cuela por los cristales tiñéndolo todo de color anaranjado. A Paula no le gusta la habitación bañada en esa luz, casi prefiere la oscuridad. 

Se acurruca entre las sábanas, rezando silenciosamente para poder dormir, rezando por que hoy no se oiga nada más que el rumor de la tele en el salón y los coches en la calle, o el agua bajando por las cañerías, o la perra de la vecina paseando sus uñas por el parquet. Cierra los ojos y reza para dormir. Ojalá, piensa, todavía temblase por saber si hay alguien bajo la cama, o porque la puerta del armario quedó entreabierta, o por la sombra del perchero en la esquina. Por el simple terror a sentir una mano en la oscuridad, o peor, una garra aferrada a sus piernas. Ojalá esos siguiesen siendo sus miedos. Se sentiría menos vieja, aunque ella aún no sepa que es eso lo que siente. Esos terrores desaparecen con la luz o con el beso de mamá, al día siguiente parecen irreales, cosas de niños que pasarán.

Cuando el sueño la está venciendo, empiezan los gritos. Son gritos callados, como a través de una almohada o kilómetros de algodón, gritos para no despertar a la niña, gritos para que no escuchen los vecinos. Aunque realmente, a quién le importa. Una silla cae al suelo con un estruendo que es casi un pecado en el silencio de su habitación, un golpe seco, un grito, palabras escupidas con prisa, algo que cae al suelo se rompe con estallido de cristales, y su madre llora. Paula no entiende las frases que le llegan traicioneras bajo la puerta, pero entiende las lágrimas. Hablan un idioma universal que se entiende con el corazón. 

Paula esconde la cabeza bajo las mantas, se acurruca abrazándose las rodillas y siente que las lágrimas calientes ruedan por la cara, mojando las piernas y las sábanas de dolor salado. Hasta hace unos meses nunca había llorado así, silenciosa y sin darse cuenta como una presa que rebosa por la noche. Siempre habían sido lágrimas gritonas y secas de quién quiere llamar la atención, o explosiones de llanto de quien se ha hecho daño al caer del columpio. Hasta hace un par de meses no sabía que un sonido te podía doler tanto, y que, a veces, llorar podía no servir para nada.

Gime sin darse cuenta, intentando acallar con sus sonidos los golpes, los gritos camuflados, los lloros, la voz de su padre como latigazos en los oídos. Pero da igual. Aunque se tapase las orejas, aunque chillase muy fuerte, tan fuerte que se quedase sin voz y sus gritos llegasen hasta las estrellas, nada haría callar esos ruidos, porque los escucha con el corazón y ese no entiende de volumen. 

Quizá tampoco se atrevería a gritar, quizá no se atrevería a mirar a la madre que viniese a salvarla. O quizá no se atrevería por si fuese su padre el que viniera, el mismo que la empujaba en los columpios, el mismo que la sonreía en los desayunos y la revolvía juguetón el pelo, el mismo que la compraba juguetes en cada uno de sus viajes. Quizá no se atrevería a descubrirle tras esas lágrimas.

- Por favor, callaos, por favor, callaos, por favor...

Y de repente, entre el estruendo callado, un sonido nuevo... Algo precioso, como un cascabel perfecto, como una canción resumida en una nota, como miles de risas encerradas en un sonido. Se cuela entre las mantas juguetón, y Paula se da cuenta de que lo escucha también con el corazón, y que ha silenciado los demás sonidos. Los gritos y las lágrimas parecen más lejos, están ahí, doliendo clavados en su pecho, pero débiles y lejanos, soportables. Paula saca la cabeza para buscar el origen del milagro, las lágrimas en pausa como sólo un niño es capaz de hacer, el mundo parado en un latido. Y al asomarse, durante un segundo ve una luz blanquísima bailar en el espejo, como un guiño, como una estrella atrapada, como el espejismo más hermoso del mundo.

Apartando las mantas con las piernas, escapa de la cárcel de su cama, olvidadas las lágrimas silenciosas que se secan en sus mejillas, olvidados los golpes que suenan en el salón. Corre hacia el espejo frente al que se viste cada mañana junto a esa madre que ya no reconoce. Ahí está, frío como siempre, devolviendo la imagen entre tinieblas anaranjadas de una Paula despeinada y de ojos brillantes. Nada más, nada menos. Algo se rompe de nuevo dentro de ella, esa inocencia perdida que empezaba a renacer y que agoniza entre los pedazos de su corazón de niña. 

Se gira lentamente para volver a la cama, ese refugio contra los miedos que ya no funciona, como tantas otras cosas en las que la niña Paula creía y que han resultado ser mentira. Y de repente, el sonido canta cerca de su oído, limpio y alegre, tan perfecto, y Paula se gira tan rápido que casi pierde el equilibrio, justo para ver la luz escapando por el rabillo del ojo. No, no es un reflejo de la calle, piensa. Ninguna farola podría reflejar esa luz en el espejo, nada podría crear esa magia sin magia. 

Al acercarse de nuevo al espejo, despacio, Paula nota que despide calor, latiendo como un ser vivo. Casi imagina que lo oye respirar. Los reflejos de la habitación bailan sobre su superficie como la luna cuando se mira en un lago. Paula empieza a tener un poco de miedo, de ese terror infantil que creía perdido, y se le ocurre que quizá debería correr a la cama y esconderse en ese bastión de seguridad. Pero no, un rumor la llega del espejo, un rumor demasiado lejano como para poder asegurar que está ahí, casi la sombra de un sonido, pero sí, son risas y ese cascabel perfecto... 

Paula, sin pensarlo, mira la puerta con una despedida mental y alarga la mano hacia el espejo, pensando simplemente que cualquier cosa será mejor que estos ratos de lágrimas silenciosas. Al poner la mano sobre el espejo casi espera recibir el frío habitual, la magia desapareciendo, pero en su lugar siente un calor que la recorre el brazo. Es como posar la mano en un océano de aceite cálido bañado en luna. 

Sonríe, sintiendo como se hunde lentamente en ese mar, preguntándose un momento qué aventuras, qué sueños, la esperan al otro lado. Apartando la vista de la puerta y sus gritos, Paula se gira para andar dentro del espejo, de esa luz perfecta y de los cascabeles que ríen en su corazón. Ahogarse en el océano de espejo y renacer niña de nuevo al otro lado, haya lo que haya. A quién le importa. Siempre será mejor que su inocencia perdida.
Cuento escrito en 2007, cuya versión extendida (y cambiada hasta el punto de tener final distinto) quedó finalista en un concurso de relatos y espera participar un poco maquillada en alguno más cuando me vuelva menos despistada con estas cosas. Le tengo un cariño especial, así que lo recupero en ligero remake de chapa y pintura para el nuevo blog. Besos!

Hay años que pasan sin pena ni gloria, que miras hacia tu último cumpleaños y parece que nada ha cambiado. O eso me han dicho, porque de momento no creo haber vivido ninguno de esos. Imagino que esto último es más bueno que malo, así que no me quejo. Igualmente, hay años en que todo parece haberse dado la vuelta, empezando por tu piel, como un calcetín, o quizá más como una serpiente. A veces eso significa que te queda el alma al aire, se ensucia, se araña, y a veces incluso evoluciona, qué remedio. No sé, creo que tampoco voy a quejarme de esto. Este ha sido de los últimos, por si había lugar a dudas.

Me quedan unos días de este año, y generalmente no le doy mucha importancia, pero este año, con todos sus cambios, con su montaña rusa, es quizá especial. Esta vez no sólo mi pequeño mundo ha variado, esta vez no es sólo el decorado que me rodea, esta vez yo soy distinta. Este año he ido mejorando versiones aún beta de mi, he pasado de Estela 1.7 a un 2.3, con cada uno de sus parches, con su ensayo y error, con sus lágrimas, con sus luces. Quizá esta vez sea necesario de verdad el balance, y cuando me lo planteo sólo sé hacerlo de dos formas, hablando sin parar o escribiendo. Estoy sola en casa, así que...

Mi pequeño mundo de cuatro paredes y tranquilo equilibrio se rompió ya hace muchos meses, y con él me rompí yo. Tardé en decidir, al final me salí de la burbuja, pero fue un parto complicado, lento, doloroso, en el que las heridas parecían no cerrarse nunca. Y al caer, rota y con una máscara de sonrisa que a veces a mi me parecía real de tanto llevarla, resulta que caí en blandito. Como un cachorro aprendiendo a andar, regresé al mundo fuera de mi burbuja y me encontré un montón de gente. Caí en un colchón de hombros, de música, de charlas, de abrazos, de sonrisas, y muchas resultaron ser de verdad. Algunas llevaban ahí tiempo, ya eran conocidas, y miraban entre curiosas y preocupadas por detrás de la máscara. Algunas eran nuevas, aún no sabían mirar más allá, pero siempre estaban ahí intentándolo. A veces tropecé, me llevé algunos rasguños, pero es inevitable sangrar cuando juegas con ganas. Y jugué aún cuando a veces no entendiese las reglas.

La cuestión es que quien me conozca sabrá de lo que hablo, sabrá lo que significa estar rota y que de repente a un montón de gente le importe arreglarte, o al menos mantener las piezas juntitas mientras cicatrizas. Encontrar alguien con quien no hace falta rellenar los silencios. Y me fue creciendo piel nueva para taparme el alma, montaña rusa fuera y dentro, el mundo corriendo a mi alrededor para ponerse al día. Entré en una dinámica de felicidad absurda sin razones.

Quedé atrapada en una oficina, huérfana de vocación sin saber si me la han quitado o la he perdido sin querer. Los días pasan y cada uno termina siendo una especie de minibatalla por sobrevivir, por mantener a flote algo que me importa poco, que sólo es un medio y no un fin. Pero quizá el problema es que no tengo ese fin, esa meta, he perdido la razón. Y quizá ese sea el motivo por el que inicié otra guerra, una con batallas concretas, una con objetivos claros, una con niños cuyas sonrisas importan muchas veces más que la mía. Una por la que luchar aunque el mundo se desmorone. Un sueño de siempre. Y me ha traído alegrías inesperadas, que han tapado de largo la letra pequeña y las partes malas. Alguien me dijo que no existía la verdadera generosidad desprendida, que no existía la solidaridad real. Bueno, pues esta debe ser mi razón oculta, el egoísmo de mi entrega.

Una vida soñando con hacer algo con estas manitas que de verdad mejore las cosas aunque sean mínimamente. Marcar diferencias. Una vida soñando salir de misión internacional, poner ladrillos, crear sonrisas, pero de verdad. Es peligroso vivir ahora para que llegue ese momento, simplemente pasar los días hasta que pueda subirme al avión a Uganda como si a la vuelta todo fuese a estar cambiado, como si la magia de ese viaje fuese el cicatrizante que puede solucionar las brechas de mi vida. Llorar cada vez que se retrasa otro mes, ahorrar migajas para pagar el billete. Así que los deberes para mi primer mes con 29 años son crear otras metas, aunque sea pequeñas. Seguiré soñando con lo mismo, pero fabricaré aquí el resto para que mi vida no sea un mientras o un hasta que.

Al final, este ha sido un año lleno de heridas, pero no ha sido el peor. Ha sido un año lleno de lágrimas, pero no ha sido el peor. Sobre todo ha sido un año lleno de vacíos, pero no ha sido el peor. Y una y otra vez me he dado cuenta que no ha sido el peor porque mi mundo se ha llenado de habitantes, y unos cuantos, no muchos pero más de los que imaginarías, son habitantes de los que importan de verdad, de los que aportan, de los que llegan, de los que se asoman a mirar y me ven. Así que me mantengo en equilibrio, navego las mareas, trato de llenar los huecos y seguir los puntos, evoluciono y crezco, me siento fuerte y frágil, caigo y sonrío.Y mientras, ellos siguen ahí, importándome, queriendo, habitándome. Quizá sin tanta batalla, quizá sin tanto vacío, quizá sin las heridas, me los hubiese perdido.

Al final, en estos últimos meses, aunque nada ha cambiado de fondo, yo he ido evolucionando, curando, creciendo y sobre todo me he aprendido un poco más. Creo que esa es la razón de mi felicidad sinrazón, el motivo de que mi ciclotimia se suavice tanto. Creo que a veces logro el equilibrio. Ya tengo casi finalizado el manual del 2.3. Veo mucho mejor, le cambié las gafas a la intuición, y a veces casi consigo dejarme ayudar, apoyarme de verdad. De repente, creo que la felicidad no es tan difícil de conseguir, sólo nos empeñamos en que lo sea, poniendo trabas y excusas para mantenernos ocupados siendo felizmente infelices.

A la vez que el vacío, al pérdida de horizonte, la soledad, han sucedido tantas pequeñas y enormes cosas, tan bonitas, tan emocionantes, he tenido que dar tantas veces las gracias sintiendo que se me quedaban pequeñas en la boca, he tenido que decir tantos te quiero sabiendo que se quedaban cortos, que estos últimos meses se han hecho grandes y hace tiempo que cuando sonrío me sonríe el alma. Me sigo sintiendo pequeña, siguen faltando cosas, pero ahora sé estar sola, he hecho las paces conmigo y me pedí perdón.

A veces se me olvida, o miro tras las esquinas, dejo salir al vacío, me doy cuenta de que en el fondo nada ha cambiado, pero en general ya no puedo naufragar. Hay demasiadas manos tirando de mi para que nade, y hay demasiadas razones para respirar. Cuando echo de menos un cuerpo entre las sábanas, se me ocurren maneras de encontrar tiritas con vocación de intermitencia. Cuando miro a lo lejos y no veo metas, me las fabrico con orfanatos que me llenan cada centímetro de realidad. Cuando me siento vacía o sola, tiendo la mano porque en algún momento alguien que me importa la coge. Cuando me entran ganas de esconderme tras máscaras de felicidad, me recuerdo que he firmado un pacto de sinceridad, y dejo de mentirme. Para qué voy a hacerlo. Ahora hay gente que ve.

Haciendo balance... Ha sido un año completo. Un año en el que he crecido de nuevo, he despertado. Busco el equilibrio y lo pierdo, nada ha cambiado pero a la vez, todo es distinto, y aunque absurdamente quizá, sigo aferrada a una felicidad que ahora la mayoría del tiempo es muy de verdad aunque no tenga motivos. Y entonces ya, que venga la marea que quiera, que se me llene el calendario de días rojos, yo tengo mis Tiffany's.

Cita al tema para freaks (a ver quién adivina de dónde la he sacado):

"Every cell in the human body regenerates on average every 7 years. Like snakes, in on our way we change our skin. Biologically we are brand new people. We may look the same, we probably do. The change isn't physical, at least not in most of us, but we are all changed completely forever [...] When we say things like people don't change, it drives scientist crazy, because change is literally the only constant in all science. Energy, matter, is always changing, morphing, merging, growing, dying... is the way people try not changing that's unnatural. [...] Change is constant. How we experience change is up to us..."

Rompo un poco la dinámica de prosa poética y egoterapia, pero imagino que para eso está el blog, para escribir lo que uno quiere, no? Y hoy, aún con la resaca emocional del concierto de ayer en Galileo (y quizá aún del domingo 26 acumulado), me apetece escribir de música. Qué raro.

Y es que ayer, como ya me pasara en el concierto de presentación de su EP, viendo a Andrés con su banda subido en ese escenario de nuevo, no podía evitar recordar el primer día que le vi, y sobre todo no podía evitar sentirme parte de esto, en muchos sentidos orgullosa como una madre, enseñando las notas a las vecinas del rellano henchida como un pavo cuando el niño se hace grande y se puede presumir de sus logros.

Yo aquel día de a saber hace cuánto (más de dos años, menos de 10 jeje) iba a ver a Tontxu tocar en mi antigua Facultad. En el salón de actos estábamos 20 mal contados, repartidos y silenciosos. El escenario estaba lleno de velas cuando Tontxu salió y nos dijo que ese día llevaba "telonero" porque venía un gallego a presentar su nuevo disco. Y entonces salió Andrés y se puso entre las velas, con el pelo en la cara, la mirada en el suelo, pocas palabras casi ininteligibles. Un murmullo empezó a recorrer a las personillas de la sala, quizá alguno se planteaba salir a fumar mientras terminaba este chico, pero Andrés rasgueó la guitarra, abrió la boca y los calló a todos en cuanto empezó a cantar. Se me puso de punta hasta el alma, estos placeres que llegan por sorpresa. Y desde entonces no hay ningún concierto de Andrés en el que no pase un rato con los pelos de punta y un escalofrío por la espalda. Soy adicta a esa sensación.

Por eso, después de este tiempo, al recordar ese momento mientras él disfrutaba de su banda en el escenario del Galileo, mientras él reinventaba sus canciones, mientras le veía saborear su propia música con el escalofrío ya perpétuo, de repente se me vino encima lo grande que se ha hecho. Como una madre recordando los primeros pasos de su chaval mientras le matricula en la universidad. Y lo curioso es que no es en ningún modo mérito mío, él ha crecido solico, pero simplemente el estar aquí, concierto a concierto, postconcierto a postconcierto, sin querer te hace sentirte parte de esto. Quizá esto es una de las cosas más bonitas que pueda tener la música. Eso y ver a un grupo de personas disfrutar tanto y pasarlo taaaan bien encima de un escenario.

Grabé muchas canciones, algunas inéditas que no subiré por respeto a Andrés, pero en cuanto pueda cuelgo un enlace al final del concierto. Un video de 14 minutos que empieza con No te quiero tanto y termina con la presentación de la banda y una sucesión de solos apoteósicos, con un Galileo lleno hasta la incomodidad y entregado totalmente a esta droga que es la buena música. Grande, el niño se nos ha hecho muy grande.

(La foto no es de ayer, que no me ha dado tiempo a sacar nada, es del domingo 26 con Elia Velo)

Antes de besarte las pupilas, antes de lamerte el alma herida, desnudo las caricias de una verdad, entresijos de un espejismo, sombra de lo real. ¿Y si desabrochamos las dudas? ¿Y si te anudo los sueños? ¿Y si abotonamos palabras sobre la tela de un día, tejiendo la noche sin darle sus alas? ¿Y si arrancara el espacio que separa nuestros labios? ¿Qué pasaría si eligiese saltar? ¿Se caerían los velos que cubren anhelos prohibidos, vetos absurdos que sostienen equilibrios aún más estrictos? ¿Se rompería la calma, inundada de dudas, felicidad encarcelada en jaula de cristal? ¿Y si cierro los ojos a las luces y sombras, y si dejo de escuchar tus cantos de sirena? Deja de bailarte como si supieras los pasos, deja de soñarte iris distintos, deja de romper silencios de vida. Demasiadas preguntas, respuestas veladas que juegan a ser. Ya no espero, ya no salto, ya no borro los besos, ya no sangro, ya no sueño, y aún así esperaría, saltaría, jugaría, besaría.

Y entonces, sin más, esta bola de cristal estalla en mil pedazos, cae entre tumulto de llanto silente y deja vacío a su paso. No ha pasado nada nuevo, quizá simplemente no ha pasado nada. Rota la ilusión, llénala de brillos si quieres. Engalánala. Vístela de domingo con palabras que vuelven, baila alrededor y sonríe aunque yo no lo haga. Susurra algún conjuro de normalidad infinita, quiéreme sin querer o no lo hagas. Tú no lo sabes, pero has perdido la partida por no jugar, y yo ya estoy leyendo las instrucciones de la próxima etapa. Rellenando un espacio completo con distintas piezas, quizá suene a parche pero puede valer, suele valer, al menos es un principio de verdad. Mientras creo que trataré de acordarme de cantar sin lágrimas. Que empiece la música, alzaré la voz y mataré lo que quede de amor prohibido. Ya no espero, aunque mi piel sueñe con esperar. Ya no juego, aunque las reglas no hayan cambiado.

Si dejo sangrar mis sueños quizá mueran.

Te llevo escondido bajo la piel, como un tatuaje secreto, uno que se refleja en los espejos y estoy cansada de ver. Te llevo clavado como astillas en algún lugar del pecho, uno que a veces duele y estoy cansada de buscar. Te llevo dentro, como un okupa no invitado, habitando en los espacios donde el olvido no anidó. Te llevo como un equipaje, como una cicatriz, como un silencio. Te llevo y no quiero sentirte.

Voy a arañarte de mí aunque me haga heridas, voy a arrancarte a pedazos aunque dejes vacíos, no puedo dejarte ser. No quiero quererte así. No quiero tenerte en mí si no puedo tenerte cerca. No es que duelas, pero molestas cuando quiero echar a andar, como un ancla que me amarra al sueño que no eres, un peso adicional. Y no es sólo culpa tuya, porque te he dejado acomodarte entre mis costillas, te he dejado habitarme casi sin querer pensando que no importaba. Quizá sí importa ahora que lo pienso. Y por eso, voy a dejar de quererte.

Puede que cueste exorcizarme de ti, ya que a fuerza de permitirte ser le perteneces a mi cuerpo tanto como mis manos. Cierro los ojos y ahí estás tú, asentado bajo los párpados. Voy a borrarte de mis sueños y dibujarlos nuevos, para echar a correr dejándote atrás. Sólo tengo un miedo, sólo uno. Me pregunto si al echarte, al arrancarte de mi pecho y obligarte a marchar, seguiré sonriendo como ahora.

Quizá me llene de vacíos, los sueños en blanco y la ilusión desterrada. Frío donde había cálida promesa, un espejo de miedos. Quizá me crezca otra herida de emociones frustradas, o me pese la soledad en la ahora que me deleito. Pero lo cierto es que prefería hablar contigo cuando no quería besarte. Lo cierto es que quisiera poder darle oportunidad a alguien, en vez de simplemente dejar que sonrían a mi alrededor, como una actuación que no he pedido ver. Ni siquiera sé cómo hueles, y sin embargo ahí estás, haciendo cosquillas bajo la piel, acariciando mi ser con tus palabras de plata. Yo soy verdad, soy viento, soy risa y soy canción. No seré ni más ni menos, ni para ti ni para nadie.

Voy a dejar de quererte, me lavaré tus huellas hasta que sangren si es preciso, y me dejaré limpia de ti. Voy a sacarte de dentro. Voy a arrancarte de mí. Quiero dejar de llevarte, para poder quererme en libertad. Sal o entraré a echarte, y si una vez fuera te pierdes o te pierdo, trataré de enseñarte el camino de vuelta sólo si prometes no volver a invadirme. Hoy no quiero pasajeros.

Confiar. Una de esas palabras sencillas, siete letras de nada, de esas que suelen ser más fáciles de decir que llevarlas a cabo. Para mi confiar es sin embargo fácil, porque es un estilo de vida. Es una elección primaria. Imagino que está marcado a fuego en algún lado, tallado en las costillas quizá. No sé no hacerlo, y creo que ni siquiera quiero saber.

Pero cuando uno escoge confiar, ha de saber que tiene sus riesgos. Te expones a algún que otro arañazo, un par de puñaladas, una herida de muerte a veces. Es inevitable. No me refiero a la confianza ciega, pues si alguien la practica no tiene ningún mérito. ¿Qué gracia tiene saltar al vacío si no tienes ni idea de los peligros, sin vértigo, sin miedo? La confianza ciega es para tontos que se suicidan sin querer. Imagino que algún día fui de esas, pero se me pasó.

En mi caso, es más una presunción de inocencia al estilo americano. Todo el mundo merece un grado de confianza hasta que se demuestre lo contrario. A partir de ahí, cada uno se gana lo que tiene, imagino, pero ir pasando las fases parece sencillo. No tenía presupuesto para monstruos de final de pantalla dignos de verdad. En el fondo soy una sentimental, me da por esperar lo mejor de demasiada gente. Y si se demuestra lo contrario, vuelta a empezar pero con -30 puntos...

Por eso, quien confía, termina doliéndose. Y en muchos casos, la culpa es suya. Soy, por ejemplo, culpable muchas veces de esperar de forma proporcional a lo que he dado. Sí, lo sé, lo sé, ya he dicho que soy una sentimental. Confieso que aún creo en la bondad humana (y no, no creo en el Ratoncito Pérez, ni en Papá Noel, ni siquiera en Dios...) Todas y cada una de esas veces me he recordado que acepté los riesgos, que no se me prometió nada, que yo decidí darme. Entonces saco la balanza, y ella me dice si aún así vale la pena. Cuando te molestas en hacerlo así, en ver el todo, te sorprendería las veces que la balanza te dice que sigas adelante.

¿Cuál es la alternativa? ¿Desconfiar como base? ¿Vigilar los flancos, cavar trincheras, defender el fuerte antes de que llegue el ataque? ¿Blindarse la piel, mantener las distancias? ¿Cómo se puede catalogar de locura la confianza cuando la alternativa es el paradigma de la paranoia? Prefiero tener el corazón lleno de heridas antes que nuevo a estrenar. Prefiero rasgar el envoltorio, dejar que se vea. Prefiero el dolor a la indiferencia. Prefiero sentir a evitar. Si me preguntas, elijo susto en vez de muerte.

Y aún así, cada vez que confío, cada vez que espero, cada vez que termino doliendo, no puedo evitar sentir en el fondo de la herida un punto más de soledad. Porque aunque me guste esperar sorpresas, de esas de las buenas, de las que no cuestan dinero sino cariño, de las que de repente te arrancan una sonrisa increíble y te ponen el alma de gallina, de las que te dicen que esa persona te ve de verdad, aunque sepa que en la mayoría de los casos no llegarán, de vez en cuando es divertido recibir lo que esperas. De vez en cuando es divertido recibir beso en vez de susto.

Enredada entre sábanas, despierto en un lecho desierto, campo de batalla marcado de victorias, asolado de derrotas. Dejé la ventana abierta para bañarme en brisa, y el sol me tatúa con sus dedos caminos de fuego en la espalda. Necesito música. Necesito desayunar alguna sonrisa, un vistazo en el espejo, una palabra somnolienta que se te cuelgue del oído, una caricia que no venga de mis manos. Y a la vez me doy cuenta de que no hace tanta falta. ¿Cuándo se hizo tan tarde?.

Me he tragado la llave de mi libertad para que nadie me ponga candados. Me juré amor eterno el día que volví a tenerme, y no puedo serme infiel. No debo. Voy a saborear los matices de la soledad, fortalecerme las quimeras, romperme las barreras, ensayar necesidades, simplificar las ecuaciones del día a día y sentir cada minuto en las puntas de los dedos. Sentirme. ¿Cuándo se hizo de noche?

A veces me sorprendo sonriendo sin razones, se me eriza la piel con algún susurro inexistente. La mera existencia me emociona, la complejidad de sentirme segura en mi soledad, la simplicidad de sentirme viva con cada inspiración. Justificando felicidades carentes de fundamento más allá de la esencia del equilibrio. Sueño excusas para quererme, me enseño a caminar con la vista al frente, y así, sola y completa, puedo tender la mano. Puedo tenderte la mano. ¿Cuándo se hizo tan fácil?

Ven a caminar a mi lado un rato. Nos haremos grandes. Sólo hay que saber mirar. Nos hacemos libres. Sólo hay que saber soltar. Ven a caminar y no corras. La noche me canta al oído, y no tengo prisa. No duelen las heridas. Se me olvidó recordarlas. Ven conmigo, que te enseñaré a reir. Sólo hay que saber soñar. ¿Cuándo se hizo tan corto?

Quebrando perfecciones me deleito en mis errores. Necesito música. Quiero bailar sobre las ascuas de la tristeza, sembrar pasiones con delicadeza y beberme el tiempo. Me sobra todo lo que me hizo falta. Es tan sencillo dificultar las cosas con atrezzos inservibles. Vuelan las notas y se me meten hasta el alma. No voy a privarme de querer porque no quiera, hay tanta gente que necesito cerca que me sorprende la ironía del aislamiento. Quizá mi soledad, por elegida, sea más dulce, pero también es mucho menos sola. Vuelan las notas y me arañan las cadenas rotas. Necesito más. Y sin embargo, sin tener nada, sin cambiar nada, sin querer nada, a veces parece que lo tengo todo. ¿Cuándo se hizo tan claro?

Enredada en la quimera, me acuesto en un lecho desierto, y me sorprendo sonriendo sin razones. Ven conmigo, pero mañana. Hoy sólo necesito música.

Victor había bajado a comprar algo para comer, quizá un postre suculento que endulzara la cena del hospital. Era la primera vez en todo el día que salía de la habitación. Sandra apagó la tele, agradeciendo esos momentos de silencio. Al menos todo el silencio que se puede esperar en una planta atestada de recién nacidos en la hora en que los celadores pasean las bandejas de la cena por los pasillos. Necesitaba por fin unos momentos a solas con Virginia (porque así se iba a llamar, gustase o no a su suegra), que dormía plácidamente envuelta en sus latidos, tan bonita que casi dolía.

En esos instantes Sandra no podía evitar preguntarse qué pasó por la cabeza de su madre cuando la tuvo en brazos por primera vez. Qué soñaba para su hija, qué esperaba de ese pequeño ser indefenso y vulnerable. No podía culpar a su madre de sus expectativas, no podía echarle en cara el ser reflejo de una generación y de un modo de pensar tan patriarcal como el mejor cuento Disney. Imaginaría a la pequeña Sandra bella y sumisa, princesa esperando a su media naranja, que llegaría subido en un corcel, ama de su casa, feliz en su pequeño mundo. Nunca le había ocultado a su hija lo poco que entendía sus ambiciones, su trabajo, sus novios variados, esa libertad que a ojos de su madre sólo podía llevar a complicaciones.

Quizá en muchos sentidos la de Sandra - llena de prisas y de retos, la frustración del inconformismo, tantos huecos por cubrir, siempre corriendo para llegar al siguiente sueño-, era infinitamente menos sencilla que la vida de su madre, pero también vivir en una caja sería más sencillo. Cada uno era libre de decidir, pero prefería imaginar a su hija una existencia compleja y rica en matices. Se había pasado media vida haciendo listas mentales de cosas que no haría a sus hijos, la mitad de las cuales había olvidado al enfriarse el enfado adolescente. Muchas de ellas seguramente las repetiría con Virginia, quizá incluso dándose cuenta de la contradicción, pero con algunas no lo haría.


Así que alargó la mano para apartar la sábana del rostro dormido de su hija, dispuesta a desvelarle los secretos que ella tanto tardó en descubrir. Ese ser minúsculo que había logrado hacerla sentir completa, juguete frágil de la genética, abrió la boca en un perfecto bostezo silencioso, con las manitas aferrándose al aire, y se arrebujó como un gatito contra su pecho. Entonces, mientras esbozaba una sonrisa y rozaba esa manita rosada, Sandra estalló en sentimientos tan contrarios que casi la partían en dos. La felicidad más intensa y el miedo más aterrador. Una lágrima resbaló sobre la sonrisa, enorme y salada, mojando el pijama de Virginia. Y en un susurro roto, Sandra empezó a hablar antes de que dejaran de estar solas, antes de que el mundo siguiera su curso, antes de que no se atreviera a decirlo en voz alta.

"Hola otra vez, pequeña. Te vas a tener que acostumbrar a mi voz, porque pienso pasarme la vida hablándote o escuchándote, al menos mientras me dejes. Quizá es muy pronto para que entiendas lo que te voy a decir, pero me ha costado una vida recopilarlo, y de la mitad sólo domino la teoría. Verás que la práctica nos la ponemos dificil a veces.

Vas a ser una mujer preciosa, sobre todo si has sacado los ojos de tu padre. Me he pasado el embarazo deseando que lo hicieras, porque fue lo que me enamoró de él. Tu belleza será tanto don como maldición. Algunas cosas te serán más fáciles, pero no serán las importantes. La vida es casi siempre difícil para una mujer bonita, porque tendrás que ganarte cada paso del camino y demostrar que merecías darlo. Pero la belleza, cariño, es efímera. No te pases la vida pendiente de ella o te volverás loca cuando se vaya marchitando. Lo verdaderamente importante es ser feliz, que haya algo detrás de tu sonrisa, y ese es un trabajo de tiempo completo.

No te creas los cuentos que te leerá tu padre, llenos de princesas y dragones, príncipes azules que las salvan de aburridas vidas para encerrarlas en vidas aún más aburridas con la excusa del amor. Ningún amor vale la pérdida de libertad, y ningún príncipe te hará libre. Elige, cariño, o elegirán por ti. No dejes que nadie tome por ti decisiones importantes. No te sientas culpable por cosas que no dependan de ti. Te enamorarás, te harán daño, te recuperarás y vuelta a empezar. Es un juego que duele pero vale la pena, porque a fuerza de apostar a veces ganas. Pero tu vida no puede depender sólo de ello.

Virginia, esto es una de las cosas que más me ha costado ver. Tu abuela me hizo creer casi sin querer que la vida hay que vivirla esperando a esa persona que te haga sentir completa. Si necesitas que alguien te complete, entonces hay un problema que será mejor que soluciones a solas. Vive, disfruta, siente el equilibrio, piérdelo, equivócate. Llena cada minuto y no pierdas el tiempo en cosas que no tienen importancia. Decidir qué lo tiene y que no será dificil, y seguro que discutiremos un montón sobre ello...

La verdad es que ahora, justo ahora, de repente me doy cuenta de que tengo una vida entre las manos, una vida trenzada a la mía con lazos tan intensos que hacen que me muera de miedo. Todo es tan difícil a veces que haría lo que fuera para evitarte el dolor, te encerraría en un canasto de algodones y chuches para salvarte de vivir, pero te tienes que caer de vez en cuando, aprender de tus heridas, llorar. Vale tanto la pena cuando te levantas, cuando ríes, cuando sigues caminando.

Mi niña, hay cosas que tendremos que hablar tranquilamente cuando crezcas un poco, y tu padre pondrá caras raras si las escucha, pero si quieres vivir un cuento, si al final eliges ser princesa, espero que te conviertas en dragonesa cuando te bese el príncipe. Tienes tantas cosas por vivir que no creo que te dé tiempo a limpiar el palacio, así que..."

"¿A limpiar el palacio?". Sandra levantó la mirada, una lágrima sorprendida a medio camino hacia la barbilla, y sonrió traviesa. Victor estaba apoyado en la puerta con dos helados en la mano, el pelo revuelto y la camisa arrugada. "Nada más nacer y ya la vas a educar para princesa..."

"En todo caso para princesa republicana."

Sandra liberó una mano para secarse las lágrimas. Virginia dormitaba aún, minúscula e inmóvil. Toda la vida por delante, tantas incógnitas, quedaban tantas cosas que decir... Ya habrá tiempo, pensó cogiendo el helado antes de que se derritiera en el calor de la habitación. Eso es lo que ahora corría más prisa.

Quiero ser susurro atronador, quiero rasgar la noche con mi silencio afilado, sonreír a la luna con altivo respeto, calarme de la lluvia que tanto anhelo. Quiero comerme la soledad con cubiertos de plata, y reírme de todo, y reírme de nada. Quiero marcar diferencias al andar de puntillas, quiero ser diferente cada vez que me miras, quiero bailar cuando calle la música, y hacerme la dura leyendo entre líneas. Quiero derretirme sin besos ajenos, ser dama o ser puta nunca fueron extremos, quiero gritar en callada alegría, o llorar transparencias sin necesidad de agonía. Quiero vivir. Quiero querer, y me quiero, porque no me hace falta amor si no lo llevo dentro, no me hacen falta besos si no los deseo, y si no los mereces, o si no los merezco. Quiero guardar recuerdos en cada bolsillo, saltar en los charcos de cualquier niño, mirar la vida en clave de dibujo, suspirar, respirar, inspirar, soplarte. Quiero recordar voces y letras, quiero cantar las canciones secretas, como si no hubiera mundo, como si el tiempo esperara, como si no tuviera nada para mañana. Quiero llenar la nevera de tuppers, con sobras de sobras que nunca se acaban, quiero sortear mi alma, o quizá esquivarla, quiero mirarla, entenderla, coserla en pedazos, llenar con retazos un corazón repleto. Quiero tenerte, ser libre, volar. Quiero prenderme, ser aire, soñar. Quiero pies descalzos, quiero nuevas metas, quiero bailar tu danza, quiero sondear la brisa, partir candados, romper los dados, jugar sin reglas, y ganar. Quiero arrancarme el tiempo parado, quiero caminar los pasos andados, quiero girar en la calle más larga, quedarme sin aire jugando entre sábanas, surcar paraísos, gastarme los labios, llenar mis vacíos, rasgar los vestidos, subirme a tacones desnuda y a oscuras, que caiga la ropa olvidada en el suelo, quiero encender la luz, quiero quemar la cama, quiero saldar las deudas, quiero lamer la nata, quiero gritar. Quiero sorpresas, saber si me besas, quemar las llaves de vuelta al pasado, acordarme de todo cuando rozo tu mano. Quiero ser yo, cada estrofa de mi vida, sin cadenas, con sonrisas, con las alas susurrando horizontes, sin necesidad de aprender más razones, sin más choques. Quiero mantener el sonoro silencio de la soledad elegida, quiero anhelarla como la odio, quiero disfrutarla como la sufro, quiero tenerla porque es tenerme, quiero crecer siendo una por una vez, quiero aislar la dicha de estar completa, viajar descalza, quedarme quieta, surcar la noche, saltar a ciegas, quiero sentirme viva, soñar despierta. Quiero vivirme, tal como soy, tal como seré en un minuto, en un año, en diez. Quiero volar, y no hay ancla que me arrastre al suelo cuando la libertad me eleva, nadie puede robarme la música de mis venas, quiero sentirme en mi piel, ser sagrada en mi pecado, ser mujer en tu regazo, respirar cada segundo, quiero no necesitar sino querer. Quiero. Soy. Merezco. Vivo. Mira.

Llegas como lluvia a mi ventana, precedido de destellos, quizá seguido de truenos, tocando mi cristal como si fuese un instrumento, dispuesto a sacarle melodía a la tormenta.

Acaricias el alfeizar como tus zarpazos de agua, pero cuando alzo la vista, ya sólo quedan rastros de las gotas que huyeron. Nada más. Quizá ignoras, maybe not, que anhelo la lluvia desde que recuerdo. Quizá ya sabes que abro las ventanas cuando el primer relámpago rasga la noche, dejando heridas en la oscuridad de mi retina.

A veces salgo corriendo cuando siento ese aroma a tierra mojada, cuando los árboles empiezan a bailar con la brisa húmeda, la canción de sus hojas preludio del concierto que vendrá. El trueno rompiendo la paz con su grito. El aire cargado de un olor primigenio, hormona de la naturaleza.

Salgo corriendo a calarme de libertad, a que me besen las gotas con sus labios de nube, con la piel de gallina, encerrando un alma de punta que no quiere estar encadenada. Y espero, espero el rocío del agua en mi pelo, perlando mi risa con húmedo llanto, la lluvia cantando sobre la tierra desnuda, y me sobra la ropa, y me sobran las dudas, y me faltan caricias para compartirlas a oscuras.

Salgo porque soy libre de limpiarme la vida como quiera, de mojarme de sueños en medio de la tormenta. No es la melodía de tus dedos en el cristal lo que me hace salir corriendo, anhelante, deseosa. La lluvia en la ventana, fugaz, no es más que un juego. Es el baño de húmeda libertad, es la tempestad misma lamiendo mi piel, lo que quiero. El resto es sólo distintas gotas, misma canción.

Locura. Sentada como un árbol sobre sus raíces, el jersey negro acariciando mis muslos desnudos sin que yo me dé cuenta, los ojos dormidos abiertos... y la lluvia cantando sobre el cristal de mi ventana, llamándome para que salga y la bese en la boca. Intento resistirme a su canto de sirena, porque es locura lo que siento creciendo con cada nota, con cada escalofrío en mi piel estremecida. Locura. Pero no tiene sentido resistirse a algo que ha habitado el mundo antes que los sueños,antes que la tierra, antes que las nubes mismas.

Y aquí estoy, mis ojos despiertos cerrados, hundida en un mar de lluvia, mi jersey negro chorreando sobre los muslos desnudos sin que yo me dé cuenta, sentada como un árbol sobre sus raíces... y la lluvia lamiendo mi cuerpo con su lengua cristalina, cantándome al oído sus palabras de fuego. Intento resistirme a sus versos de ninfa, pero es locura lo que siento creciendo con cada sílaba, con cada gota en mi piel mojada. Locura. Pero no tiene sentido resistirse a algo que ha habitado mis sueños antes que el futuro, antes que la risa, antes que las nubes mismas.

Y aquí estoy, caminando como un ángel sobre su reino, mi jersey negro olvidado sobre una silla mojada sin que yo me dé cuenta, los ojos helados ardiendo... y la lluvia jugando sobre mi piel de seda blanca, dibujando con los dedos en mi cuerpo desnudo. Ya no intento resistirme a sus besos de dama, porque es locura lo que siento adueñandose de mí con cada caricia, con cada beso sobre la hierba empapada. Locura.

Porque no tiene sentido resistirse a algo que te posee con la fuerza de un amante, y te limpia por dentro con su fría ansiedad. Temo el final de tan ansiado baño de lluvia, la brisa envidiosa intenta robarme sus besos, y la lluvia va muriendo, su ardor apagado, su tarea terminada, se retira a sus aposentos como la dama que es, y se despide de mi cuerpo desnudo y frío con su indiferencia.

Adios; vuelve pronto. Escríbeme. Y se va. Locura.

Las palabras fluyen huyendo de un silencio que suena a cambio, pero en algún momento me doy cuenta de que estamos anclados al pasado. Como un baremo de lo que está bien, con un medidor de tristeza, como un termómetro de catástrofe, el Glasgow del alma, el pasado es lo único que tenemos, el espejo de comparación que nos ancla a lo vivido. Te mantiene a flote dándote un referente de avance y retroceso, pero a la vez te obliga a quedarte inmóvil, valorando, observando...

El pasado no sabe de evolución sino de miedo. No sabe de libertad sino de soledad. El pasado sabe a derrota o sabe a gloria acabada, sabe a deberes y cuitas, a ausencia o compañía, sabe a puñal o sonrisa, pero siempre sabe a algo. Nunca sé a qué va a saber el próximo minuto. ¿Será a vacío, será dulce, será tranquilo, será nuevo o será siquiera un sabor conocido?

Creo en el futuro y su indiferencia, es una cuestión de fé ya que no está garantizada su existencia, pero estoy cansada de creerme el pasado. Es tan perfecto saltar al vacío por primera vez, el estómago flotando y la incertidumbre sobre qué pasará, sin referentes, como la tabula rasa de un niño que abre los ojos al mundo sin esperar nada a cambio. Quiero caminar sin saber qué esperar de casa paso, sin compararlo con los miles que he dado antes, sin reflexionar sus consecuencias, sin apuntarlo en un cuaderno, sin memoria.

Y sí, el aprendizaje es memoria, y mi pasado soy yo. Cada cosa que he vivido ha marcado para bien o para mal lo que soy, pero hoy, ahora, no quiero que marque lo que seré. Quiero probar a no sentir miedo, a no comparar, a saltar y soltar el ancla que te obliga a no dar giros bruscos, a sopesar, a juzgar a gente nueva por lo que hicieron otros, el ancla que te protege del cambio, que te ralentiza a un ritmo evolutivo adecuado.

Quiero olvidar todo lo que me ata durante un rato y abrir los ojos de la niña que busca sorprenderse con cada golpe de brisa. Quiero perder los miedos en un bolsillo, quiero dejarme llevar, porque empiezo a olfatear que cambia el tiempo y quiero disfrutarlo sin pasado, sin comparación, sin precedentes. Quiero confiar, quiero soltar lastre y quiero volar.

El pasado no sabe de cambio, pero quizá mi pasado no sepa de mi.

Con la tecnología de Blogger.

No te vayas...

Este blog se alimenta de mis palabras tanto como de tus susurros, así que regálame una sonrisa: déjame un comentario antes de irte... y vuelve!

Almas amigas