Llegas como lluvia a mi ventana, precedido de destellos, quizá seguido de truenos, tocando mi cristal como si fuese un instrumento, dispuesto a sacarle melodía a la tormenta.

Acaricias el alfeizar como tus zarpazos de agua, pero cuando alzo la vista, ya sólo quedan rastros de las gotas que huyeron. Nada más. Quizá ignoras, maybe not, que anhelo la lluvia desde que recuerdo. Quizá ya sabes que abro las ventanas cuando el primer relámpago rasga la noche, dejando heridas en la oscuridad de mi retina.

A veces salgo corriendo cuando siento ese aroma a tierra mojada, cuando los árboles empiezan a bailar con la brisa húmeda, la canción de sus hojas preludio del concierto que vendrá. El trueno rompiendo la paz con su grito. El aire cargado de un olor primigenio, hormona de la naturaleza.

Salgo corriendo a calarme de libertad, a que me besen las gotas con sus labios de nube, con la piel de gallina, encerrando un alma de punta que no quiere estar encadenada. Y espero, espero el rocío del agua en mi pelo, perlando mi risa con húmedo llanto, la lluvia cantando sobre la tierra desnuda, y me sobra la ropa, y me sobran las dudas, y me faltan caricias para compartirlas a oscuras.

Salgo porque soy libre de limpiarme la vida como quiera, de mojarme de sueños en medio de la tormenta. No es la melodía de tus dedos en el cristal lo que me hace salir corriendo, anhelante, deseosa. La lluvia en la ventana, fugaz, no es más que un juego. Es el baño de húmeda libertad, es la tempestad misma lamiendo mi piel, lo que quiero. El resto es sólo distintas gotas, misma canción.

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