Paro a descansar y me encuentro. Estoy cansada de correr, mi vida una carrera contrarreloj en la que nunca nada es suficiente. Más minutos, más metas, y en la cabeza ese refrán de "quien mucho abarca" atenazando las inseguridades. Por más que corro nunca consigo adelantarme, al final siempre sigo ahí lista para exigirme el resto, para señalar las faltas, para inventariar los fallos. Rellenando la vida de tareas como si fuera un pavo, sin darme cuenta de que al final sólo es relleno. El vacío sigue ahí, en el centro del pecho, en cada respirar ardiendo como nada. Un nuevo día amanece y de nuevo echo a correr, pero al final no conseguiré dejarme atrás.

Las sonrisas se suceden como se suceden los días, porque así es la naturaleza de las cosas y porque tiene que ser así. Finjo no darme cuenta que cuesta más no llorar por tonterías. Estás más sensible, dicen, y me suena a eufemismo cuando lo que quiere decirse es que estás más triste. O simplemente es que se rompió la coraza de tanto usarla. Finjo no darme cuenta de la soledad, miro para otro lado mientras sigo corriendo y rellenando minutos con tantas cosas que ya ni puedo contar.

Por favor, páreme aquí mismo y déjeme bajar. Sé que no es mi parada, ni siquiera tengo idea de dónde estoy pero necesito respirar el aire contaminado de la calle, necesito andar llegando tarde, tardar andando, cerrar los ojos y escuchar el mundo mientras corre sin mi. Déjeme aquí, abra las puertas, no puedo correr más. No puedo permitirme llegar tan rápido a las metas porque al final no hay nadie allí esperando, sólo más motivos para correr, menos razones para quedarme.

Maybe I only need someone to love me inside out. O quizá sólo necesite dejar salir el vacío sin maquillar. Maybe I just need noone else. Y dejar que la marea se lleve los naufragios que atesoro para no dejar de sentir. Quizá sólo necesito dejar de correr, pero no puedo fingir que eso sea fácil. Ni posible.

Esto estaba guardado como borrador del día 10 de mayo. No he cambiado ni una coma, y releyendo creo que tampoco ha cambiado mucho el resto tampoco. Es curioso releerte cuando ni te acuerdas de que escribiste... Lo único que ha cambiado es el 15 de mayo. se verá si al final son burbujas independientes unidas por un camino o si de verdad hemos aprendido a romper las individualidades a ratos para darnos la mano...

Cuanta más gente conozco más sola me siento. Podría parecer un oxímoron pero es una de las mayores verdades que he aprendido últimamente. Tan grande que no puedo pensar en embellecerla con juegos de palabras bonitas. Cuanta más gente se preocupa por preguntarme si estoy contenta, más infeliz suelo ser. Imagino que eso es más lógico, con mi habilidad para esconder lo que siento no deberían preguntar si soy feliz, sólo verlo. Al menos están lo suficientemente cerca para ver que no lo soy, hay ya demasiados que simplemente opinan que debo de serlo de una forma tan drástica que no se molestan en mirar si es verdad. Y esto me lleva a la siguiente verdad. A casi nadie le importa el resto lo suficiente como para mirar de verdad, no vaya a ser que lo que vean no encaje en sus planes. La gente pulula por el mundo creyendo que crea vínculos reales, sentimientos verdaderos, y generalmente sólo mantienen aquel que mantiene protegido su trasero.

sí, lo sé, demasiado cinismo para una optimista, para una idealista utópica quizá, perroflauti para ciertos amigos. Pero creo que no hay mérito en el optimismo si se basa en la incapacidad de percibir lo que está mal, las partes negativas, los contras. Racionaloptimista. Y no es que realmente pueda evitarlo, quizá tampoco tiene mérito si es lo que eres. A veces lo evitaría sin duda, harta de navegar en un océano de individualidades ciegas pendientes sólo de su pequeña burbuja, rozando la tuya de vez en cuando lo suficiente como para molestarse en mirar dentro. Hay excepciones, las hay. Quizá de todas formas me gusta demasiado la gente individual, diferente, con algo que decir, como para poder ser feliz. Rebotando entre nosotros en pos de la vida de cada uno, y si nos cruzamos un rato, bienvenido sea depende de con quien es.

Pero tengo sueños, y eso al parecer me incapacita para mi infelicidad. He de estar contenta porque están ahí aunque no sean para mi, la vida pasando mientras los cumplo, perdiendo la partida para jugar con la cartas de otros que recibieron unas malas manos de salida. Al fin y al cabo sólo me importan a mi. O eso me han dicho a veces. Y no tengo derecho a estar cansada, o querer rendirme a veces. Sólo tengo que seguir, y seguir implica que sobrentiendan felicidad, me pregunten si estoy contenta y conozca más gente, ergo, que me sienta más sola mientras la vida sigue avanzando sin mi.

¿Y si te digo que hace días que no hago más que crecer? 
Desde que solté tu estela,
                                       desnudo oquedades 
                                                                      y las lleno de quimeras.
Algunas se rompen, pero no parece importar más que un tiempo,
me levanto y sigo y hasta sonrío mirando dentro,
y llega una quimera nueva, otro sueño, otro regalo,
cortas las tormentas desde que conozco los secretos.
Para crecer hay que romperse, o eso he aprendido... 
Para crecer hay que pasar fiebre,
te crujen las articulaciones del alma cuando la doblas por donde no es.
Duelen las rodillas, no sé vivir agachada.
Así que me rompo y crezco puntualmente
                                                              cada pocos días
                                                                                        desde que te abandoné a mi suerte.
Qué suerte abandonarte.
Recorro las miserias de mis pasillos oscuros,
me acostumbro a los silencios y a los gritos que me habitan. 
Y al final,
               cada pocos días,
                                         me surge una sonrisa
                                                                          y dejan de doler los nuevos rotos.
Hay tantas luces, tantas cosas, por las que sonreír... ¿no te das cuenta?
Desde que no me miro en tus espejos 
disfruto de la soledad 
repartiendo sentimientos 
entre los huecos que ha dejado, 
que has dejado. 
Quizá los dejé yo. 
             Tantos vacíos mientras busco el equilibrio... 
                           Ciclotimia de días que parecen viajes, mirando dentro más que por la ventanilla.
                                                 Viajando dentro.
A veces anhelo compañías, 
a veces las tengo.                                   
Cuanto más me alejo de ti
                                       menos me duelen las mediocridades
                                                                                              en las que navegas perdido,
            menos me preocupa no ser tu faro cuando descubras que me he ido.
                                                  Menos me tumba el viento que recorre mi mundo,
                                                                                         más rápido escribo las letras de un nuevo futuro.
Y si no llega,
no hay problema.
Relativizo lo que venga
desde que no vienes tú.
Y te echo de menos, 
más de lo que mereces,          
menos de lo que debería.                    
Creo que he encontrado la receta,
                                           y pienso devorarla antes de que me cambien los ingredientes.
 Te debo mucho, lo sé,
                                 pero la verdadera pena es que tú no sabrás lo que me debes
hasta que no puedas venir a pagarlo.
Que te vaya bonito, naúfrago errante.
                                         Sílbame cuando te encuentres,
                                                                         pero silba bajito,
                                                                                       no vaya a enterarme.

Esta mañana me había propuesto colgar un relato, algo sencillo para obligarme a escribir, a mantener las letras, a no perder la costumbre, pero hoy no puedo inventarme historias porque me duele demasiado la realidad. Los muertos de Libia no son más importantes que los de Ruanda o Congo, no son ni una centésima parte de los que mueren cada día en conflictos armados de todo el mundo, pero de vez en cuando tienes que volver a abrir los ojos y mirar. Debería ser una obligación para los que vivimos en el Norte, en países en paz, en democracia y libertad. No digo que tengamos que estar perpétuamente dolientes, contínuamente pagando por haber nacido en la orilla buena, simplemente digo que no se puede mirar para otro lado siempre. De vez en cuando te tiene que doler de verdad el mundo, porque si no no mereces vivir en él. Y hoy a mi me duele Libia.

Vivimos un momento histórico en el que los pueblos de Oriente Próximo han iniciado una revolución, luchan simplemente por su libertad. Todo pasa delante de las cámaras, y te llega directamente a tu sofá. Revueltas pacíficas sofocadas a balazos, dictadores derrocados por el simple poder del pueblo manifestándose como en el caso de Egipto. En tu pantalla se crea un grupo de apoyo al pueblo libio, y le das a "me gusta" justo después de declararte partidario de un grupo de "señoras que..." y justo antes de darle a "me gusta el helado de vainilla con el brownie en el Vips". Mientras, Gadafi capa las comunicaciones por internet en Libia, y envía helicópteros de combate a bombardear a civiles desarmados violando derechos humanos a mansalva. Un crimen de guerra en tiempos de supuesta paz, los civiles estarían más protegidos si se hubiese declarado oficialmente el conflicto. Compartes un video de youtube en el que matan a un manifestante que simplemente estaba pidiendo libertad, y te unes a un evento de marcha virtual contra la represión violenta de las revueltas en el que ni siquiera te tienes que mover del sofá. ¿Y la ONU, y los líderes del mundo? Imagino que regando la granja del Facebook o eligiendo serie para esa noche.

Y yo no estoy haciendo nada ni mejor ni peor que todo eso. El hecho de que me duela la raza humana, de que me indigne, el hecho de que dedique unos minutos a reflexionar sobre estas paradojas de la globalización no me hace mejor persona, no me hace más comprometida. Sólo me hace quizá más infeliz que aquel que decide vivir en la ignorancia, mirar para otro lado, apagar el telediario y quejarse de la crisis, del fútbol, de que el café está frío o que el invierno nunca se acaba. La ignorancia en muchos casos es la felicidad, pero en este caso no me da para elegirla, no puedo evitar mirar. Prefiero mirar cada día aunque sea con los ojos entrecerrados para que no me abrume tanta mierda.

Hoy me gustaría estar lejos y estar haciendo algo de verdad. No valgo para una trinchera, creo, o para correr delante de las balas por la libertad de otros, pero hoy sería feliz en un hospital de campaña.

De vez en cuando no viene mal pensar en la suerte que tienes, en las comodidades, en la libertad en la que vives. ¿Crisis? Hay países que llevan en crisis décadas, y gente cuyo día a día consiste en luchar por seguir vivo. Me harta la militancia de sofá, vale que no puedes pasarte el día llorando por los que están peor que tú, doliéndote por el maltrecho Sur o los pueblos oprimidos, pero no puedo evitar tener unas ganas locas de poner ladrillos de verdad, sea en Uganda o en El Salvador.

Hoy a mi me duele Libia y me duele el mundo, pero sobre todo me duele el culo de estar sentada mientras que el mundo duele. Y a ver si se mueren ya los dictadores de este planeta, que sería un primer paso, coño. Asco de raza humana, con tantas luces y con tantísimas sombras...

Esto lo escribí hace un año por estas fechas. Mi invierno está siempre lleno de muertes. Vuelve a ser tarde, más de una semana desde el 22, y de nuevo me pongo a encender velas. Esta vez no estoy tan perdida, un año de trabajo me ha costado, pero vuelvo a echar de menos, parece que más cada año, y vuelve a doler cómo los recuerdos se difuminan en los detalles.Ojalá llegue ya la primavera...

Un año más, y esta vez tarde. Hoy hasta me costó encender las velas, temblaba la llama en mi mano, sangrando lágrimas que cada vez parecen más saladas.

Esta vez me cuesta recordarte con una sonrisa, mi flaco.

Esta vez te miro después de tantos años y escuecen nuevas heridas.

Esta vez coincide que ando perdida, buscando las huellas que debieran seguir mis pasos, decidiendo si debo crear algunas nuevas que me enseñen a andar, buscando tu mano.

Esta vez da la casualidad de que aún te echo más de menos, necesito aún más de tu abrazo y casi me sorprende lo que duele saber que no estás. Si cada año va a doler más, no sé si quiero que pasen.

Esta vez las lágrimas caen sobre vacío, y los recuerdos huidizos pasan como ráfagas arañando mis párpados, y casi no consigo recordar tu voz.

Esta vez pasó tu día entre tantos otros, y aquí estoy, soñando que te importa, imaginando que me oyes suplicando aprobaciones que no llegarán nunca, queriendo creer.

Esta vez tu sonrisa casi duele, porque es lejana, pero sobre todo porque parece que no descansarás nunca. Que no descansaré nunca. Estoy harta de otro invierno sin ti. Todo hubiese tan distinto.

Me enseñaste a querer y no sé si aprendí bien. Me dejaste una noria de juguete con corazón de walkman y un peluche, pero sólo necesitaba un padre. Mi flaco, ya no sé cómo llorar para sentirte más cerca. Ya no sé cómo gritar para que escuches que te quiero.

Ojalá fuese tan fácil como cerrar los ojos y verte, pero ni eso me dejaron. Malditos hijos de puta que me enseñaron lo que es odiar de verdad.

El recuerdo de un abrazo, tu chaqueta rellena de oveja, unas fotos que cada vez son más viejas, tantas preguntas y tan poco tiempo, tanto cariño que tardé demasiado en aceptar. Había tanto pasado que no se me ocurrió que quedase tan poco futuro.

Ojalá te hubiese abrazado más fuerte para que hubieses quedado marcado. Ojalá te hubiese dicho que te quería tantas y tantas veces como lo pensé. Ojalá recordase tu olor.

Este año me cuesta recordarte con una sonrisa, mi flaco, y no encuentro descanso en llorarte. Hasta las velas tiemblan, y sólo desearía abrazarte una vez más. Esta vez, esta noche, sólo me queda imaginar que te sueño y no te vas.

Siempre te querré.

- Y si me aburro, ¿me quieres más?

Cenicienta, sobria en los colores y en los licores, estaba sentada como una muñeca rota en el pequeño trono. La sala se acababa de vaciar tras la audiencia y sólo quedaban los guardias y la pareja de monarcas.

- Aburrida o no, eres mía, y por eso nunca podré dejar de quererte.

Desde el matrimonio su vida era una cárcel de barrotes dorados y súbditos de yeso. El príncipe llegó a Rey por simple ley de muerte y dio comienzo la nada. Empezaron por cambiarle el nombre, al parecer Cenicienta no era nombre para una reina. Como si Azul I fuese nombre de Rey. La vistieron de consorte, menos escote y más maquillaje, y la enseñaron a parecer un maniquí sin voluntad para acompañar a su marido en las audiencias.

Cuando la reina Cayetana vio tantos buitres dando vueltas a su alrededor supo que debía estar muerta.

Pero siempre quedaba el amor, se decía ella entonces. Azul andaba algo ausente jugueteando con su nuevo cargo vitalicio. "Asuntos de Estado" era la frase que más escuchaba de su boca. Otorgó a Cayetana numerosa compañía, escandalosas muchachas de voces estrepitosas y conversaciones aburridas. No eran nada interesantes, pero hacían tanto ruido que se te olvidaba que alguna vez hubiese existido el silencio. Cotorreaban sobre asuntos de la corte, parloteaban incansables con bromas picantes y risas gritonas. En definitiva, eran las hermanastras que una vez tuvo pero multiplicadas por seis.

Pero siempre queda el amor, se dijo de nuevo, aburrida en el pequeño trono, mirando cómo Azul firmaba documentos tras la audiencia. Había engordado un poco, y aún así seguía siendo el hombre apuesto del que se enamoró. Menos pasional, quizá, pero ¿quién puede juzgar a un rey?

Se levantó silenciosamente y se deslizó fuera de la sala para pasear por los jardines, sacando su vacío al exterior, invisible entre la rutina de palacio. En esos momentos volvía a ser Cenicienta, se descalzaba los tacones y acariciaba la hierba con los talones. Los pasos danzando, los empeines rectos, como si bailase con el aire una música insonora, como si bailase el silencio regalado, como si bailase las notas de un resquicio de libertad, la identidad recuperada por un momento. Nunca había estado tan sola rodeada de tanta gente.

Al anochecer, volvió a calzarse el disfraz de Cayetana y regresó escondiendo las manchas de césped entre los pliegues de la falda. No encontró los zapatos, pero volvería de día a buscarlos. No creía que nadie lo notase si entraba por la zona del servicio. Adoraba esa parte de palacio, ahora parecía que limpiar suelos era lo más parecido a la libertad que había tenido.

A medio camino en el laberinto de pasillos escuchó la voz de su marido el monarca. Susurrando pasos, se asomó a una puerta entornada para encontrarle en posición nada regia sobre una de las criadas. Tan azul y tan sucio al fin y al cabo.

De nuevo Cenicienta, corrió al jardín para llorar el desengaño fuera del reino de Azul. Las lágrimas llevaban disueltos los últimos sentimientos, la sensación de que todo eso importaba, la soledad. Cuando cayó la última, Cenicienta sintió que una nueva dureza la impregnaba. La seguridad de las decisiones tomadas. Un manto de indiferencia. Un hálito de cabreo. Recordó quién le había metido en el disfraz de reina.

- Me cago en la madre de todas las hadas - dijo levantándose, y Campanilla lloró en otro cuento.

Cuando Azul llegó a los aposentos reales, Cenicienta estaba sentada sobre la cama. Estaba seria y descalza, con la mirada alta, ni rastro de las lágrimas, sólo barrera. Si no hubiese estado cansado la hubiese poseído sin tardanza, con esa dignidad en el porte, ese toque rebelde, de repente la deseaba como la primera vez.

Empezó a farfullar las excusas de siempre mientras desabotonaba el uniforme cuando Cenicienta se levantó de golpe y andó hacia él.

- Azul, tenemos que hablar...

Al menos alguien vivió feliz a partir de esa noche. Las perdices siguieron sanas y salvas. Cenicienta es vegetariana.

La mayoría de las habilidades circenses se basan en dos cosas; sonreir mientras el mundo se derrumba y avanzar contra el miedo. Pete sabía esto desde hacía años, incluso antes de que le rompieran el corazón. Y entonces, cuando Sarah desapareció tras una nota y una traición, él se maquilló las lágrimas, se vistió de ser vivo y sacó su muerte al escenario con la sonrisa pintada en la cara. La función fue perfecta, la gente aplaudía a rabiar sin vislumbrar sus ojos brillantes en las alturas, o quizá lo vieron y pensaron que era emoción. Qué extraño poder transmitir emociones cuando estás encerrando un cadáver entre brillantina y lentejuelas.

Al día siguiente, con el éxito olvidado en los bolsillos, hizo una maleta sencilla y abandonó el circo sin mirar atrás. Siempre procuraba correr más que su pena, hasta que un día la adelantó, despistándola en algún requiebro, y simplemente dejó de sentir. La soledad le acompañaba, trabajaba para comer y huía cuando era posible. A veces simplemente actuaba en las calles y parques, los rostros de los transeuntes simples maniquís pasajeros vistos a través de su sonrisa de plástico. Un día, miles de kilómetros después, de repente encontró algo que le hizo detener la huída, algo que encendió una llama dentro, algo que le hizo sentir.

La niña más triste del mundo se sentó frente a él en un parque una tarde. Pete había parado la función para devorar un sandwich y unas mandarinas, acostumbrado a que nada tuviera sabor, y no se molestó en hablarla. Sabía que se cansaría de esperar y se marcharía. La niña tendría unos doce años, y miraba el mundo con unos ojos inmensos de un azul glacial que no podía existir, supurando dolor desde su silencio. Cada vez que miraba a Pete, él se sentía incómodo bajo su escrutinio. Le parecía que estaba pidiendo ayuda, algo que él con su corazón muerto desde luego no podía ofrecer.

Incapaz de soportarlo más, sacó su sonrisa de la maleta y realizó unos malabares perfectos con las cuatro mandarinas que tenía. Volaban, se cruzaban, jugaban en el aire, y mientras Pete no dejó de mirar esos ojos, que no se apartaron ni un segundo de su mirada. Pero el espectáculo debe continuar, y Pete se levantó con la sonrisa de cartón para realizar todos sus trucos y técnicas. Hizo malabares incontables, acrobacias increíbles, surcó el césped con su monociclo a gran velocidad y hasta desempolvó los trucos de magia. La niña, impasible y ahora de pie le miró hacerlo con profundo interés mientras despedía una tristeza insondable. Varios transeuntes hicieron corrillos de admiración que iban y venían, las monedas tintineaban en una manta extendida, y la niña seguía ahí, incansable en su inamovible dolor.

Al final, sin ningún as más en la manga, se desmontó del monociclo frente a ella, se quitó la sonrisa gastada, y le preguntó "¿Qué quieres que haga?". Ella, con una voz tímida y pequeña susurró señalando el viejo sillín y su única rueda; "¿Me puedes enseñar a montar en esto?". "Bueno, imagino que podría". Y aunque no había ninguna razón para hacerlo, lo hizo.

"Tienes que ponerte el sillín entre las piernas, inclinado, y colocar un pedal horizontal delante de ti. Ha de ser el de la pierna con la que tengas más fuerza". Dijo serio y firme mientras ajustaba la altura del mecanismo. "Cuando estés lista, pisarás con fuerza el pedal y darás un pequeño salto para delante con todo tu cuerpo. El monociclo estará de pie y tú encima, te inclinarás hacia delante como si fueses a caerte y seguirás pedaleando, porque el pedalear es lo que te salva del golpe contra el suelo. ¿Lo entiendes?". Ella asintió, seria y firme mientras examinaba el aparato.

El primer intento y unos cuantos de los que siguieron fueron un fracaso. Ni siquiera lograba pedalear, porque al verse arriba tenía miedo de caer, y bajaba inmediatamente dejando el monociclo detrás. "Yo me caí decenas de veces. Sin el golpe a veces no hay aprendizaje, y si tienes miedo de él nunca podrás avanzar ni un paso". Ella asintió, seria y firme mientras se recogía el pelo y apretaba los labios en una mueca de decisión. En el siguiente intento cayó de bruces al suelo. Tras cuatro caídas le dolía la muñeca y tenía pequeños puntitos de sangre en las manos, que se limpiaba en la falda cuando Pete decía que parase. "De todas formas me tengo que ir," dijo él. "¿Puedo venir mañana y volver a intentarlo?". "No sé si estaré, quizá mañana me vaya a otra ciudad". "Vendré igualmente".

No había ninguna razón para que él se quedara, pero al día siguiente él estaba ahí, y la niña apareció. Esperó a que él terminase su función, aplaudiendo impasible y seria entre el público, con los ojos más tristes del mundo. Al acabar, ella se puso unos guantes y cogió el monociclo mientras Pete recogía el resto de aparatos. La vio caer de pie varias veces antes de acercarse. "Tu problema es que tienes miedo de caerte, y te caes. En el circo, si te paras estás muerto. Tienes que avanzar más rápido cuanto mayor es el miedo, porque mientras avanzas estás seguro. ¿Crees que podría quedarme parado mucho rato en la cuerda?". Ella negó con la cabeza. "Ese es el secreto. No es no sentir miedo, es no darle importancia y seguir adelante. Cuando vayas a pedalear tienes que estar inclinada hacia delante, y te parecerá que te caes. Puedes bajarte como haces, o puedes tratar de pedalear y quizá caerte sobre las manos con suerte. Tú verás".

Una hora después, ella se había caído muchas veces, y él comía una manzana mientras reflexionaba sobre sus propias palabras. La vida no era tan distinta a lo que le había dicho a la niña, un montón de consejos que hacía tiempo que no seguía. De repente, sin previo aviso, ella se alzó sobre el sillín y pedaleo tres o cuatro veces antes de caer de pie. Fue corriendo hacia él, un poco de sangre seca de alguna caída en la barbilla, la adrenalina en las mejillas y los ojos vidriosos. Sonreía de una forma espectacular, como si de pronto hubiese salido el sol entre las nubes. "¿Lo has visto?". "Lo he visto. Muy bien". Pete sonrió mientras le revolvía el pelo, y la sonrisa era de verdad esta vez.

A partir de ese momento, Pete se dedicó a impartir talleres infantiles de circo y a recibir clases de vida. Sonreía aunque el mundo no estaba en continuo derrumbe, y avanzaba siempre contra el miedo. A veces se cayó de nuevo, pero de vez en cuando consiguió pedalear, y esos momentos sobre el sillín valían la pena.

Querido, no todo dura para siempre. Las rupturas siempre llenas de clichés me causan un aburrimiento infinito, pero me temo que en tu caso no quedan más que eso, frases vacías de despedida.

Creo que ambos llevábamos meses viendo llegar el final de esta historia, nuestra fecha de caducidad anunciada en el calendario a bombo y platillo. Tan cansada terminé de ti que empecé a soñar con el siguiente, con tu sustituto, con la libertad. Hace unos días lo conocí y fue un flechazo. Siento que te tengas que enterar así, pero ya hay otro en mi vida, y sinceramente espero que me dé todo lo que tú no fuiste capaz.

Está claro que no todo han sido lágrimas. Hemos pasado grandes momentos, gracias a ti he conocido gente muy interesante, gente que me ha llenado los huecos que tú dejabas con cada día de promesas vanas y esperanzas inconclusas. Tengo incontables imágenes de sonrisas juntos, uno a uno los recuerdos de aquellos compromisos que sí cumpliste, destellos de felicidad repartidos entre la rutina de una lucha. Pero en general, lo siento, no has sido suficiente. Lo que una vez fue un sentimiento intenso ahora es profunda indiferencia, y por qué no decirlo, la ilusión porque el que viene a ocupar tu vacío sea mejor. Imagino que siempre esperamos eso tras una decepción.

Me dirás que no todo ha podido ser culpa tuya, y quizá tengas razón. Las decisiones tomadas, los caminos escogidos, el resultado de tanta pelea por sobrevivir, por conseguir que nuestra relación fuese lo que debería haber sido, eso es todo mio. Pero has de reconocer que cada uno juega las cartas que le tocan, y no me lo has puesto fácil para ganar. Bastante he hecho con no tirar la toalla hace meses, aguantar hasta los últimos estertores, hasta que ya era inevitable.

Así que por favor, recoge tus cosas, querido. Date prisa en dejarme libre porque tengo ya tantos planes para tu sustituto que no me quedan días en el calendario. Pienso aprovechar cada momento, aunque sea no haciendo nada. Hasta eso pienso hacerlo bien esta vez. Empiezan a repartir las cartas y espero llevar una buena mano porque pienso quedarme jugando hasta que apaguen las luces y haya que marchar. Recoge tus cosas y vete, 2010, porque confío en que 2011 sea lo que nunca pudiste ser tú.

Un beso, cuídate y no vuelvas. Año muerto, año puesto.

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