La mayoría de las habilidades circenses se basan en dos cosas; sonreir mientras el mundo se derrumba y avanzar contra el miedo. Pete sabía esto desde hacía años, incluso antes de que le rompieran el corazón. Y entonces, cuando Sarah desapareció tras una nota y una traición, él se maquilló las lágrimas, se vistió de ser vivo y sacó su muerte al escenario con la sonrisa pintada en la cara. La función fue perfecta, la gente aplaudía a rabiar sin vislumbrar sus ojos brillantes en las alturas, o quizá lo vieron y pensaron que era emoción. Qué extraño poder transmitir emociones cuando estás encerrando un cadáver entre brillantina y lentejuelas.

Al día siguiente, con el éxito olvidado en los bolsillos, hizo una maleta sencilla y abandonó el circo sin mirar atrás. Siempre procuraba correr más que su pena, hasta que un día la adelantó, despistándola en algún requiebro, y simplemente dejó de sentir. La soledad le acompañaba, trabajaba para comer y huía cuando era posible. A veces simplemente actuaba en las calles y parques, los rostros de los transeuntes simples maniquís pasajeros vistos a través de su sonrisa de plástico. Un día, miles de kilómetros después, de repente encontró algo que le hizo detener la huída, algo que encendió una llama dentro, algo que le hizo sentir.

La niña más triste del mundo se sentó frente a él en un parque una tarde. Pete había parado la función para devorar un sandwich y unas mandarinas, acostumbrado a que nada tuviera sabor, y no se molestó en hablarla. Sabía que se cansaría de esperar y se marcharía. La niña tendría unos doce años, y miraba el mundo con unos ojos inmensos de un azul glacial que no podía existir, supurando dolor desde su silencio. Cada vez que miraba a Pete, él se sentía incómodo bajo su escrutinio. Le parecía que estaba pidiendo ayuda, algo que él con su corazón muerto desde luego no podía ofrecer.

Incapaz de soportarlo más, sacó su sonrisa de la maleta y realizó unos malabares perfectos con las cuatro mandarinas que tenía. Volaban, se cruzaban, jugaban en el aire, y mientras Pete no dejó de mirar esos ojos, que no se apartaron ni un segundo de su mirada. Pero el espectáculo debe continuar, y Pete se levantó con la sonrisa de cartón para realizar todos sus trucos y técnicas. Hizo malabares incontables, acrobacias increíbles, surcó el césped con su monociclo a gran velocidad y hasta desempolvó los trucos de magia. La niña, impasible y ahora de pie le miró hacerlo con profundo interés mientras despedía una tristeza insondable. Varios transeuntes hicieron corrillos de admiración que iban y venían, las monedas tintineaban en una manta extendida, y la niña seguía ahí, incansable en su inamovible dolor.

Al final, sin ningún as más en la manga, se desmontó del monociclo frente a ella, se quitó la sonrisa gastada, y le preguntó "¿Qué quieres que haga?". Ella, con una voz tímida y pequeña susurró señalando el viejo sillín y su única rueda; "¿Me puedes enseñar a montar en esto?". "Bueno, imagino que podría". Y aunque no había ninguna razón para hacerlo, lo hizo.

"Tienes que ponerte el sillín entre las piernas, inclinado, y colocar un pedal horizontal delante de ti. Ha de ser el de la pierna con la que tengas más fuerza". Dijo serio y firme mientras ajustaba la altura del mecanismo. "Cuando estés lista, pisarás con fuerza el pedal y darás un pequeño salto para delante con todo tu cuerpo. El monociclo estará de pie y tú encima, te inclinarás hacia delante como si fueses a caerte y seguirás pedaleando, porque el pedalear es lo que te salva del golpe contra el suelo. ¿Lo entiendes?". Ella asintió, seria y firme mientras examinaba el aparato.

El primer intento y unos cuantos de los que siguieron fueron un fracaso. Ni siquiera lograba pedalear, porque al verse arriba tenía miedo de caer, y bajaba inmediatamente dejando el monociclo detrás. "Yo me caí decenas de veces. Sin el golpe a veces no hay aprendizaje, y si tienes miedo de él nunca podrás avanzar ni un paso". Ella asintió, seria y firme mientras se recogía el pelo y apretaba los labios en una mueca de decisión. En el siguiente intento cayó de bruces al suelo. Tras cuatro caídas le dolía la muñeca y tenía pequeños puntitos de sangre en las manos, que se limpiaba en la falda cuando Pete decía que parase. "De todas formas me tengo que ir," dijo él. "¿Puedo venir mañana y volver a intentarlo?". "No sé si estaré, quizá mañana me vaya a otra ciudad". "Vendré igualmente".

No había ninguna razón para que él se quedara, pero al día siguiente él estaba ahí, y la niña apareció. Esperó a que él terminase su función, aplaudiendo impasible y seria entre el público, con los ojos más tristes del mundo. Al acabar, ella se puso unos guantes y cogió el monociclo mientras Pete recogía el resto de aparatos. La vio caer de pie varias veces antes de acercarse. "Tu problema es que tienes miedo de caerte, y te caes. En el circo, si te paras estás muerto. Tienes que avanzar más rápido cuanto mayor es el miedo, porque mientras avanzas estás seguro. ¿Crees que podría quedarme parado mucho rato en la cuerda?". Ella negó con la cabeza. "Ese es el secreto. No es no sentir miedo, es no darle importancia y seguir adelante. Cuando vayas a pedalear tienes que estar inclinada hacia delante, y te parecerá que te caes. Puedes bajarte como haces, o puedes tratar de pedalear y quizá caerte sobre las manos con suerte. Tú verás".

Una hora después, ella se había caído muchas veces, y él comía una manzana mientras reflexionaba sobre sus propias palabras. La vida no era tan distinta a lo que le había dicho a la niña, un montón de consejos que hacía tiempo que no seguía. De repente, sin previo aviso, ella se alzó sobre el sillín y pedaleo tres o cuatro veces antes de caer de pie. Fue corriendo hacia él, un poco de sangre seca de alguna caída en la barbilla, la adrenalina en las mejillas y los ojos vidriosos. Sonreía de una forma espectacular, como si de pronto hubiese salido el sol entre las nubes. "¿Lo has visto?". "Lo he visto. Muy bien". Pete sonrió mientras le revolvía el pelo, y la sonrisa era de verdad esta vez.

A partir de ese momento, Pete se dedicó a impartir talleres infantiles de circo y a recibir clases de vida. Sonreía aunque el mundo no estaba en continuo derrumbe, y avanzaba siempre contra el miedo. A veces se cayó de nuevo, pero de vez en cuando consiguió pedalear, y esos momentos sobre el sillín valían la pena.

2 susurros:

"Ese es el secreto. No es no sentir miedo, es no darle importancia y seguir adelante. Cuando vayas a pedalear tienes que estar inclinada hacia delante, y te parecerá que te caes. Puedes bajarte como haces, o puedes tratar de pedalear y quizá caerte sobre las manos con suerte..." Efectivamente, la vida misma.

Yo estoy aprendiendo a disfrutar de los ratitos en los que estoy en el sillín.
Me ha encantado, de verdad.

A veces el secreto es saber caer más que evitar la caída jejeje. Muchas gracias guapa!

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