A veces los nombres no son necesarios. Él podía llamarse Aquiles por unas horas, el mentón cuadrado y esas proporciones ciclópeas de héroe mitológico. Ella simplemente se llamaba Camarera. Nada como una barra como para hacerte irresistible.

Ella tenía el alma rayada porque algún cabrón la había arañado con las llaves al pasar, y demasiadas noches entre alcohol sin beberlo. Ese viernes había empezado a servirse chupitos un par de horas antes, matizando las lágrimas con vodka negro y cubreojeras. Sonreía silencios a los habituales y escondía cada parte de su ser para que no se manchase. La música parecía mejor esa noche, incluso tenía la impresión de que por alguna extraña razón el bar no olía mal hoy, a humo y humanidad, a falsas risas cubriendo vidas vacías, al desagüe de los días que se siguen sin más. Hoy olía a lima, a posibilidades, a preguntas. Olía a imprecisión infinita dejando puertas abiertas. A mojito entre bastidores, a reencuentro de amigos, sexo en el baño.

Aquiles simplemente estaba de paso, un turista más en el Madrid de agosto. Sólo sabía un par de frases en español, así que no puedo contarte cómo estaba su alma. El vocabulario no dio para tanto. Sólo puedo decir que cuando entró por la puerta a la camarera le dieron ganas de aplaudir como si acabase de terminar una gran obra de teatro. Se puso de pie y limpió la barra como un acto reflejo, sin darse cuenta, o quizá sí, de la maravillosa vista de su escote en pleno baile de seducción, que Aquiles disfrutó casi en primicia.

Y sobraron las palabras, los nombres. Son sólo letras para ocultar el resto. Hablamos para tapar las mentiras que nuestro cuerpo contaría si no lo hicieramos. Así que puede que esa noche fuese la relación más sincera en kilómetros a la redonda.

No puedo decir que el alma de la camarera estuviese menos rayada tras aquella noche de sexo en un balcón, Madrid testigo de pasión sin palabras. Ni siquiera puedo decir que Aquiles aprendiese español en esas horas. Quizá el mundo no mejoró, la música siguió demasiado alta, en el bar nunca olió a lima, y al amanecer la vida de toda esa gente que gritaba para hacer oir sus absurdas palabras de relleno volvió a ser aburrida y real. Quizá una vida aburrida y real con resaca y ojos de gamba. Y más palabras danzando al sol, rellenando minutos, corriendo hacia el futuro sin saber adónde van, simplemente corriendo para llegar antes.

Quizá ni Aquiles ni camarera fueron más felices, pero yo no puedo evitar pensar que en cierta forma se sintieron un poco más libres. No puedo evitar creerlo cuando los recuerdo sonriéndose en silencio a ambos lados de una barra de bar, llenando los momentos con gestos repletos de significado, creando bromas silentes que sólo ellos entendieron, comiéndose con la mirada, comunicándose con las hormonas. No puedo evitar pensar que lo fueron, y no puedo evitar sonreír cuando les veo de nuevo en mi mente saliendo juntos por la puerta. El gigante rubio salido de una epopeya, cada rasgo cincelado con la perfección de un diestro, y esa cara de no enterarse de casi nada en este país de locos y ruido. La camarera casi medio metro por debajo, bella incluso fuera de la barra en su silencio elegido, el sueño de los habituales habitantes de ese bar cumpliéndose ante sus ojos entre las manos de un extraño. Una mano de Aquiles deslizándose hacia abajo por la espalda hasta donde no llegan las miradas, la puerta se abre con una bocanada de aire, respiran, se ríen, se van.

A veces los nombres sobran. A veces el silencio es el mejor traje para los labios, y a veces la luz del sol no se carga una noche llena de mentiras en un bar. A veces vale la pena quien habita la barra, ver más allá de la alambrada, dejarse ver. Algunas noches son de verdad y nunca sabes cuál será la elegida, así que quizá haya que vivirlas casi todas y no correr hacia el final. Brindo por ello.


6 susurros:

:) brindo contigo...

por lo sencillas que resultan algunas historias. y lo necesarios que resultan a veces los silencios.

besito!

Y así lo recordará la camarera cuando le falle la memoria...

Brindemos, Abril, aunque entre tú y yo rara vez existe el silencio, seguro que seríamos capaz de disfrutarlo jejeje. Besazo!

Ay, camareras desmemoriadas, tanto alcohol alrededor que adormece las neuronas.ñ..

Un recuerdo más para camarera, quizá un paso más hacia su felicidad... tal vez.

Al menos una huella en el camino, q no hay q pararse ni dormirse tras la barra. Si no estás atenta, se te pasa la vida.

...tal vez.

Bien por ella!

un recuerdo de los de sonrisa, Elvira. Seguro.

Un beso

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