Era muy tarde para andar sola por el centro de Madrid. La acera estaba tapizada de otoño. Siempre le han sentado bien los ocres a la ciudad, le resaltan la vida. Cada respiración marcada por una nube de vaho reiteraba la cercanía del invierno, deseoso de matar las hojas con su escarcha. El invierno siempre tan lleno de muerte.

Quizá fuese muy tarde para sentarse sola en el centro de Madrid, pero buscó un banco de piedra en el bulevar, uno que estuviera libre, uno con vistas al cielo negro entre las ramas. Varios habitantes sin derechos dormitaban entre cajas, invisibles. Una lágrima más escapó mientras se sentaba. No podía recordar su voz, ni a qué olía cuando la abrazaba al despertar, sólo tenía imágenes difusas, ráfagas de recuerdos, momentos concretos que escapaban al instante. No podía aferrarse a ninguna sensación, y esos recuerdos estériles sin alma eran peor que nada. Eran señales de olvido. Pasaban los años y cada vez era más difícil verle.

"Remember me and smile", Robert Smith cantando su nota de despedida una y otra vez en su cabeza. Es mejor olvidar a recordar llorando. Pero ella estaba haciendo trampas. Es imposible no llorar cuando la esencia de una persona se te escapa entre los años. En invierno se le acumulan las muertes y no puede recordar más que vestigios. No quería ir a casa a enfrentarse a las velas que señalan sus días de duelo, a presentar el informe de la vida que lleva, "otro año sin ti y esto es lo que he hecho", haciendo balances para justificarse ante ausencias, estando a la altura de quien sobrevive a muchos y ha de vivir lo que otros no pueden.

"Con la vida que has tenido es un milagro que no estés loca", de repente su voz resonando en su silencio. Ángel siempre le decía eso, y al parecer resultó saber demasiado bien lo que decía. "No creo en los milagros" contestaba ella siempre orgullosa. Comían palomitas entre las sábanas con alguna película en la pequeña tele, odiaba despertarse y encontrar trocitos blancos clavados en la piel. "Pues al parecer ellos creen en ti". Él la abrazaba y olía a galleta. Ella le decía que con ese aroma daban ganas de mojarle en leche. Y Ángel se reía, escandaloso, con los labios tan finos y tan rojos, los dientes demasiado blancos, el cuello lleno de pecas y esa barba inexistente.

Así sin más, Ángel la inundó, las sensaciones volviendo como cuando de repente te acuerdas de esa palabra que lleva todo el día escapándose. Quizá una persona son los detalles, esas cosas que le hacen real. Olía a galleta y la veía brillar con una luz que nadie intuía, ella que escondía las alas bajo capas de silencio y normalidad. Él no se cansaba de hablarla de eso, y ella nunca se lo creía demasiado. Se escapaban cada invierno en tren a ver la nieve haciendo novillos, y esa huída les sabía a triunfo. Tenía las manos siempre frías y algo ásperas, y una risa exagerada que llamaba la atención en los autobuses y el metro. El pelo negro, cardado o despeinado, y ese silencio que lo llenaba todo cuando le daba por escuchar o tenía un mal día, mirando la vida desde unos ojos oscuros como quien vigila un depredador. La sonrisa cuando sentenciaba sin opción a réplica. Las manías cuando comía, apartando cachitos, diseccionando filetes y menestras igual que diseccionaba el mundo. Y si tienes luz tienes luz. Innegable y aplastante. La música, siempre la música, endulzando sus heridas mientras las lamían mutuamente. Intercambiaban libros de poesía y recuerdos como quién juega a los cromos, y se les repetían tantos pasados que parecía un cuento. Tantos sueños, tantos planes, y un secreto para saltar. Ella la reina de la culpa, llenando los vacíos con mentiras para sobrevivir a la ausencia. Olía a galleta. Puede que ella oliese a nata, no lo sé, él nunca se lo dijo.

Quizá era muy tarde para sonreír sentada en un banco del centro de Madrid. La ciudad fingía dormir a su alrededor, las prisas olvidadas entre el sueño, el Prado oscuro como un mueble antiguo. A veces es más fácil seguir cuando recuerdas que cuando olvidas. Encajas las piezas y te cuadra la sonrisa. Dejó de preguntarse si la luz seguiría ahí, si la perdió en el camino mientras trataba de no volverse loca, si aprobaría su vida de quiebros y desmanes. A veces encontraba el equilibrio en su caos, había aprendido a perdonarse, había desterrado la mentira, y al menos había elegido caminar. De repente era fácil recordar queriendo sin que doliese. De repente era más fácil perdonarle por abandonar sus planes, por dejarla sola como un animal herido. Al final Ángel había tenido razón en algunas cosas, y en el resto, quizá no tuvo tiempo a tener razones.

Se levantó y siguió caminando hacia el coche. Había velas que poner. El otoño olía a galleta a su alrededor, o quizá eran sus recuerdos. Era ya tarde para caminar sola cantando entre susurros.

Remember me and smile, 'cause it's better to forget than to remember me and cry.

2 susurros:

:* :* :****

precioso.

plas plas plas plas plas me encanta ;)

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